22.9.12

PISTA DE AUDIO Nº 35; GRABADORA SAMSUNG DE ROBERTO GUEROA


Mi querida chica M: ¿recuerdas el día en que aparecí con un extraño ataud debajo del brazo derecho?, ¿conservas el momento en que diseccioné aquel cuerpo con destonilladores y vastas dosis de minuciosidad? Semejante disco duro, pieza maldita de coleccionista pervertido, acabó por adaptar la forma de un agente vírico: Principio de Infección dentro de las esquinas de nuestra historia de convivencia. Como esos archivos dañados y escondidos carpeta tras carpeta. Hizo que te perdiese. Es rídiculo. Ahora mismo lo sujeto debajo del brazo: el disco duro. Exactamente idéntico a la diapositiva en la que entro en el cuarto amarillo una tarde de invierno con un ataúd debajo del brazo derecho. Sólo que ahora no hay ningún ataúd. Está mortecino, desnudo, con el cable de USB a mini-USB todavía enganchado a su cuerpo y colgando del mismo. Vamos imprimiendo un fino reguero de sangre en la tierra seca, terreno yermo cuyo color recuerda al de los moratones, tierra dura pero que sin embargo da la impresión de estar a punto de deshacerse, como bolas de piedra arenosa, o así lo interpretan estos pies descalzos. Acabo de lamer suavemente restos de sangre adheridos a las uñas. Sangre del más puro sabor metálico con la que puedas enjuagarte. Líquido de enjuague bucal para esta boca deshidratada que desde aquí te habla. Que desde aquí, a veces, enfrente de la grabadora de voz, susurra tu nombre. M. La verdad es esta: negocié en una tienda ilegal de órganos de computadoras el precio del disco duro de un tal estudiante de Bellas Artes y de nombre Lucio, Lucio Costado. Lo reparé. Examiné sus habitaciones, sus documentos, su extensión memorística. Mi querida chica M: ¿recuerdas las noches en que empapelaba la piel amarilla de la habitación a base de planos y mapas?, ¿conservas el momento en que me di cuenta de las coordenadas así como de la topografía de este lugar? Mi querida chica M: esto es Ninguna Parte. Una planicie árida y radiactiva, puesta en cuarentena hace unos años y de la que se narran demasiadas crónicas. Desdén Spinoza me ilustró con, sino todas, casi todas. La fuga de unos cuantos materiales potencialmente peligrosos y la posterior explosión explican que la intensidad vibracional de esta zona genere exploraciones clandestinas de productores musicales. Dicen que puedes verlos arrastrar con precariedad baterias y cableados que instalan debajo de tierra. Hay quien vio a niños deformemente desnutridos, chupando raíces de cables arrancadas por entre los recovecos de los relieves más agrietados. Trevor Tesla me contó en una ocasión que aquí han cultivado el glitch más salvaje y ferozmente manipulado que nadie haya tenido ocasión de catar. Algo indomable. Disparos de mareas de convulsiones poderosísimas. Mi querida chica M: busco el manantial del desierto. El núcleo. La Madre Parcela. La fuente original de vibración. Los metros cuadrados que más tiemblen y ahúyen dentro de este laboratorio natural, dentro de este ecosistema de ondas. La materia prima con la que poder curarte, con la que poder curarme, con la que poder curarnos. Busco la ecuación matemática que represente en lo más oscuro de su estructura, en sus dominios codificados, la frecuencia idónea como para no tener que volver a temblar y tiritar y lloriquear fuera de toda voluntad propia y a la espera de un nuevo E.P o doble disco con el que poder liviar todo el dolor que en nosotros han programado, sembrado. Mi querida chica M: voy a dar con el remedio, con la medicina, con el alivio, con el silencio. Sosiego. Aquí respiro sosiego turbado y plutónico. Silencio, también muchas raciones de silencio. No-lugar-Ninguna-Parte. Paradójicamente, y esto es algo de lo que me advirtieron, no experimento cambios físicos o psíquicos. Estoy anulado, reducido a esta marcha. Camino erguido, al igual que una especie de androide estoico, con la mirada colgada, imanizada por el horizonte. El disco duro sigue goteando sangre extra-herrumbrosa. Diviso una familia de buitres allá a lo lejos. A cada paso que doy, a cada piedrecita que me clavo, la vibración del suelo y el cosquilleo que siento en la planta de los pies desnudos aumenta, eleva su fuerza en un zumbar análogo a una hipotética conexión de miles de bafles, subwoofers y diversos modelos de altavoces debajo de tierra. Como si este piso desértico fuese un cuerpo con vida, un cuerpo dormido, a punto de desmayarse: puedo sentir el cosquilleo de su carne, ese cosquilleo que uno siente segundos antes de desfallecer. Como el tembleque de una máquina de rapar cabezas o de una cortadora de césped si se apoya la palma de la mano en ella. Mi querida chica M: el suelo sigue agitándose. Cada vez más ruidoso. Cada vez más piedras. Cada vez más sangre. Cada vez más buitres.




21.9.12

LECCIÓN DE INSOMNIO III


Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado como si de pornografía se tratase. Paseo en calcetines, batín y calzoncillos a lo largo y ancho del pasillo que comunica todas las haitaciones de la casa y que además es de tarima flotante, de ese tipo de suelos que estratégicamente crujen cuando uno apoya el peso en las zonas cuya superficie se ha dilatado y elevado respecto al nivel del piso. Ando a oscuras por una galería de fotografías doradas [lo de doradas es por los marcos] que certifican que ahí, en algún lugar del espacio y del tiempo, existió mi pasado. Las vacaciones en Dubronik en las que mi mujer porta un bonito vestido de verano azul y en las que mis hijos aparecen como con caras de disgusto. Una instantánea de la pequeña de mis hijas disfrazada con gafas de sol, unos tirantes vaqueros y una gorra de una sucursal bancaria puesta del revés. Mi cuerpo jovial apoyado en una moto con aspecto de Harley Davidson, en blanco y negro. Una boda. Dos bautizos. Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado como si de pornografía se tratase. Me deslizo a ras de la tarima flotante apoyado sobre mis pulgares [pies] y recorro la totalidad del hogar que poco a poco he ido cimentando, en un esfuerzo rítmico por no mover nada, por no tocar nada que haga que tropiece y detenga estos pasos. Soy una bailarina de ballet en batín y llena de explosivos. Me gusta estamparme, en un espacio delimitado por entre la zona de los pezones y la altura del ombligo, la cinta adhesiva: a oscuras y apoyado en la encimera de la cocina. Es estético, pienso y, como si pudiese verme desde un prisma alterado de mí mismo, experimento unas ganas  terribles de pronunciar esa maldita frase. Es estético: o al menos imprimirle sonido a medio gas si gesticulo en voz baja. No quiero que mi mujer o mis hijos se despierten, no, hoy no. Agradezco el frío pero pegajoso contacto del plástico de los cartuchos en la piel de mi abdomen, advirtiéndome del poder que contienen, la tranquilidad por la que aquí me entrego, por la que aquí bailoteo a oscuras. Me siento como el padre de Laura Palmer. Apoyo la punta del pie izquierdo, flexiono la pierna derecha y hago un giro de trescientos sesenta grados. Danzo pegado a las fotografías porque sé que estoy perdiendo la cabeza. Poco a poco. Quiero paladearlo poco a poco. Como el buen vino antes de dormir. Como las buenas novelas antes de dormir. Como el buen insomnio cuando no duermes. Como las luces que se debilitan y tú las contemplas. Como los pelos que se arrancan al despegar la cinta adhesiva del cuerpo velludo. Como dar escondite a los veintiséis cartuchos de fabricación casera en un bajo fondo ignorado allá por el desván. Como introducirse sigilosamente en la cama de matrimonio que compartes por costumbre y, antes de cerrar los ojos, repetir el mantra del fracasado. Mañana será otro día. Mañana todo cambiará.



17.9.12

MICRO.ARTÍCULO MUSICAL DE SIMON REYNOLDS PARA EL NÚMERO 215 DE `THE WIRE'


ACERCA DE CÓMO WILLIAM BELLOCQ, EN UNA DE ESAS SITUACIONES EN LAS QUE A SIMPLE VISTA NO SUCEDE NADA REVELADOR O SIGNIFICATIVO PERO DE LAS QUE UNO LLEGA A EXTRAER DE FORMA CASÍ MÍSTICA IDEAS POTENCIALMENTE PELIGROSAS, LOGRÓ CONCEBIR EL ESQUELETO DE UN PROYECTO CONCEPTUAL QUE ACABÓ POR CONGREGAR A UN NÚMERO CONSIDERABLE DE ADEPTOS QUE SIN MÁS SALIDA, A PARTE DE EXPERIMENTAR TODA UNA SUERTE VIBRACIONAL DE SENSACIONES CONTRADICTORIAS Y NADA CONCLUYENTES, CULTIVARON LA PREGUNTA CONTAGIOSA ACERCA DE QUIÉN ERA REALMENTE WILLIAM BELLOCQ, LA PREGUNTA CASI CÍNICA QUE SE REPETÍA TODO EL MUNDO ACERCA DE SI REALMENTE EXISTÍA O NO EXISTÍA WILLIAM BELLOCQ.

Después de varios meses ya de decenas de miles de reclamaciones de todo tipo para con la figura del Postproductor Espectral -así lo llaman, en espacios repartidos entre los foros virtuales y las mesas periféricas de cafeterías poco iluminadas, los usuarios y seguidores del mismo-, hemos podido asistir a unas pocas palabras para conocer algo de su historia, de su identidad. La conversación ya se ha filtrado por casi todas las Ciudades-Portales interesadas del e-Territorio. Con exclusión de la fotografía [¿falsa?] -a lo Thomas Pynchon- extraída de la orla de graduación de la generación del noventa de la Facultad de Audiovisuales de la Universidad Invisible de Loolabaloo y la entrevista que se le realizó el pasado martes 16, poco sabemos de William Bellocq. La peculiar interviú se ejecutó a distancia, tal y como mandaba el prospecto: mediante una llamada telefónica. Una llamada telefónica en la que la voz del entrevistado se deformaría -gracias a bajadas de pitch y efectos de reverb- hasta adoptar ese tono que tantos raperos utilizan en sus producciones y del que se dice que se parece a la voz de dios o del diablo. Una llamada telefónica que, bajo instrucciones de W.B., duraría lo que dura en responderse una pregunta. Repito: el tiempo que se tarda en contestar a una sóla pregunta. La cabeza de turco responsable de partirse a sí misma a fin de establecer la quintaesencia mayeútica, esto es, la pregunta par excellence, la interrogación destinada a causar la mayor información relevante posible, corrió de la mano de la gente del sello de Neo-Mille Plateaux, único colectivo con el que el creador del Militarismo Vibracional quiso colaborar en batalla.

Neo-Mille Plateaux: Sabemos de ti lo que se supo de J.D. Salinger o de Burial, lo que se supo de Mahoma o del «caníbal de las sales de baño», al que un policía descubrió arrancando literalmente, a mordiscos, la cara de un mendigo. Sabemos que te gusta, por la confidencia de varios de tus discos, el tipo de conversaciones que la gente mantiene casi por compromiso en situaciones en las que digamos, por poner uno de tus ejemplos, se encuentran encerrados dentro de un coche y todavía quedan muchos kilómetros para llegar al punto rojo que señala el GPS. Sabemos que empezaste en el mundo del sampleo y de los mimetic remixes. Que colaboraste en un proyecto de la FOX cuyos objetivos no están a día de hoy totalmente desvelados pero en el que se sabe que hubo de por medio simios adiestrados mediante conductualismo por sonidos. Sabemos que nunca has actuado en público. Sabemos que has aparecido en muchos carteles de festivales regionales en los que ha sonado tu música y en los que nadie te ha visto. Sabemos que se ha desmentido más de una vez la validez de la imagen que colgaste de aquel chaval de aquella promoción de Audiovisuales. Sabemos que no eres tú. Sabemos que tuviste mucho que ver con el juicio de la War Vibration. Que a raíz del mismo, nadie conoce a ciencia cierta tu identidad, ya sabes, si eres uno o varios, si sigues vivo o preso, si existes o no existes. Sabemos que le pediste una colaboraxión a Thom Yorke que nunca quiso llevar a cabo. Sabemos que últimamente hay comentarios que se enlazan con más comentarios en los que se cuentan historias sorprendentes de curaciones y maldiciones en los supuestos festivales regionales en los que suena tu música pero tú no actúas. Sabemos que únicamente nos permites una pregunta. Pues bien, queremos saber acerca de tus orígenes. Queremos que nos narres el momento más in-trascendente de tu vida, lo que hizo que pensaras en ese tipo de terrorismo del que la gente susurra que practicas. Queremos que nos cuentes el por qué [¿Causa sui?] o el por qué no [¿Causa sui?] de William Bellocq, si es que realmente existe o no existe.


William Bellocq: Yo era de esa generación de chavales que habían cambiado los vaqueros por los astronautas y los astronautas por los discjockeys. De esa clase de jóvenes que dieron su tiempo de ocio a la estética punk, la ciencia ficción y los videojuegos de plataformas y extraterrestres. Recuerdo una noche el sonido del cuchillo contra la madera. A mi madre trozeando minuciosamente colores y formas de verduras mientras yo escuchaba a Carl Sagan hablar sobre el Voyager 2. Mi madre solía participar, casi por necesidad rígida, de varias actividades con una atención colosal en cuanto al reparto de porcentajes de atención. Cortar verduras + ver la tele + hablar conmigo siginificaba un equilibrio periódico del 33.3% de precisa atención sobre las mismas. Siempre fui consciente de aquella democracia receptiva. Yo era de esa clase de criaturas desprotegidas que pueden anticipar el correcto y adecuado comportamiento de sus progenitores según que situación se de, no importa cuál pero siempre, absolutamente siempre, en calidad de progenitores. Supe descifrar aquel patrón de conducta el día en que mi padre entregaba todo su empeño de padre por embelesar mi equilibrio receptivo mediante trucos ilusorios de sombras chinas. Cruzaba los dedos enfrente de un flexo y los retorcía hasta fabricar figuras que, según lo que me decía, representaban al perro Pluto. Sentí pena por él. Por aquel hombre que yo sé que intentaba conquistarme y aún así resultaba patético. Nunca fue consciente de aquello y por eso mismo siempre pude preveer, anticiparme a su comportamiento de padre modélico. Yo era de esa clase de jóvenes que sintieron ganas de llorar viendo los Simpsons al lado de sus progenitores. De los que veían en la tele a Carl Sagan hablar sobre el Voyager 1 y 2 mientras sus madres picaban verduras en tablas de madera y miraban a Carl Sagan y les daban consejos por detrás de sus nucas. Recuerdo que aquella noche, al son de los cuchillos como golpes de intermitencia, escuché por primera vez los Sonidos de la Tierra, grabaciones que un vinilo dorado portó a lo largo de su viaje por la vía láctea, encerrado en el núcleo de sondas espaciales. Recuerdo el canto de las ballenas. Sé que desde entonces hay algo dentro de esos animales que a mí me condiciona, algo que me influye y me vibra si se mete dentro de mi sangre, de mi estómago. Lo sé desde que sentí que, llámalo X, me era lanzado desde el televisor y me traspasaba. Justo en el instante en que a mi madre se le iba de las manos su democracia receptiva de 33'3 periódico y se rajaba un trocito de la piel de su dedo. Justo en el momento en que el canto de ballenas se metió tan dentro de mí que se convirtió en un pitido que hizo que el grito seco y de poca duración de mi madre no sonase sino como por debajo del agua. Justo cuando yo sólo podía escuchar ese pitido y ver la sangre y la cara cabreada de mi madre, creo que ahí supe que sería productor musical. Esa noche no dormí porque sólo podía imaginar la manera en que trocearía música con infrasonidos emitidos por ballenas, música que se convertiría en un himno basado en el influjo que causa la vibración dentro del conjunto complejo de las emociones humanas.



13.9.12

EXTRAÑOS II




   -No sé si eres consciente –cuestiona Ricardus Long-Island- de que William Bellocq no existe. O al menos no participa de la misma manera vital en que tú y yo hablamos y nos colocamos aquí presentes. Al lado de esta montaña de basura y bajo esta noche tan agradablemente no-húmeda, mi querido y pequeño oloroso.
   -… -contesta Axel “el pequeño Axiolítico”, y si esto es así, se debe a que, desde hace unos aproximadamente tres minutos, contempla las formas apagadas pero ligeramente tigresas del fuego mal encendido. Eso y el humo glitcháceo ascendente una vez que sale, como en una pequeña  fuga de gas, de sus gruesos labios.
   -La gente dice que William Bellocq es algo así como un anuncio publicitario. Otros lo odian porque nunca aparece en directo cuando actúa. Es divertido. ¿Cómo se actúa sino es en directo?, ¿existe realmente la actuación? La semana que viene vendrá a la ciudad. ¿Actuará?, ¿no actuará?, ¿querrá que -estoy cansado de repetirte la pregunta –corta en seco A.A.

Y la pregunta era: ¿es cierto que puedes llegar a ser tan imbécil? Axiolítico estuvo a punto de coger una de las redes con las que cazaban los apuntes que caían del cielo y estrellarla contra la cabeza de ese jodido desmañado. Odiaba sinceramente a Ricardus Long-Island cuando aparentaba estar atento y participar de forma activa en una conversación, y en realidad concentraba su atención en redactar mentalmente aforismos absurdos que luego todo el mundo repetiría en los habituales corros de conversaciones basadas en el glitch.

Axel “Axiolítico” sabía perfectamente que William Bellocq no pincharía en directo  en el club Balaclava el próximo jueves. William Bellocq no aceptaría eso. Sus sesiones eran privadas. Un cuarto amarillo, vaporosa luz como henchida de calma. Sosiego. Sosiego y soledad.

Arrojó un montón de apuntes inutilizables a la hoguera, y el fuego avivó el equilibrio de la oscuridad detrás de las tumbonas. Miró a Ricardus del mismo modo en que se miran dos ancianos mayores y le dijo:

     -Si sabes tanto acerca de William Bellocq, dime, cómo es que nadie puede memorizar ni un solo trozo de sus canciones. ¿A caso existen esas canciones?
    -William Bellocq es bueno –proclama con lentitud premeditada R.I-L, acomodándose con torpeza pero sin posturas forzadas en un sofá agujereado y húmedamente amasado por restos fósiles de cerveza templada y, sin apartar la vista de la luz tigresa y tibia, dice que W.B. es el nuevo mesías. El superhombre. La suprema redención- dicen que te cura y te limpia más que ningún producto químico de limpieza de la mejor marca posible.
   Ahora Axel no se puede contener. Coge la red en un rápido movimiento y golpea a Ricardus en toda la nuca. Ricardus no se inmuta. Sigue sonriente, observando las llamas, se mece como si su cuerpo fuera un alga en el fondo del mar.

   -No sabes nada de eso. ¿Por qué iba a curarme y no hacerme enfermar?- Axel cogió otro puñado de apuntes de la bolsa de basura que tenía a su lado y los echó un vistazo. Siempre tenía esa costumbre.
   -Escuché en el skate park que la War Vibration ha incorporado a un nuevo miembro entre sus filas. Lo llaman el Black&Decker y dicen que si escuchas uno sólo de sus temas, aunque sea durante medio compás, quedas maldito, durante minutos que parecen horas y que a su vez si las asumes como horas dan la sensación de convertirse en días, semanas tal vez, meses humildemente fabricados con tortuosas repeticiones de frases estúpidas sacadas de vete a saber dónde. Puede que incluso años de ristras de melodías absurdas y enfermizas de cabecera de programa regional de radio repitiéndose y clavándosete en los poros como una taladradora, como una auténtica Black&Decker.
   -La War Vibration… –pronunció e hizo una pausa A.A., gustando de provocar el amago significativo que insinúa acatamiento de las reglas del juego de mascaradas mistéricas y artificiales de Ricardus Long-Island-…el mundo en manos de unos pinchadiscos simiescos. La raza humana a expensas de gente que te lanza vibraciones, vibraciones como las que recibieron aquellos dos chicos que cayeron fulminados, colgando de cables atirabuzonados, ya sabes, esos míticos cascos de sonido que sirven como herramientas de juicio mediante las que comprar o no comprar el producto solicitado y que pueden ser utilizados en centros comerciales de calles comprometidas, vibraciones a las que se expusieron sin ni siquiera tener consciencia, las mismas que te contagian, te degeneran y muy sensualmente, se diga como se diga, te dependizan. Ondas en movimiento que seducen pero que enferman. Buenos y Malos. Sádicos y Sanadores. Ángeles y Vengadores. Superhéroes y Supervillanos. Me gustaría hacerles saber a todos esos DJ’s que estoy hasta las pelotas de su maldita guerra. A ellos y a los jodidos imitadores y primitivos y anarquistas gramaticomilitares. Odio en especial al padre del sin sentido realista, ese líder melenudo y adicto a la marihuana al que comparan con Kurt Cobain.

Bastante después de haber ido desapareciendo, como restos de vapor de ducha, las cada vez más apagadas sentencias del discurso de A.A., entre el calor que hubo provocado la verborrea desatendida de Ricardus y varios [bastantes] intentos por hacer funcionar el mechero, el mismo A.A. leyó superficialmente uno de los bastantes papeles que tenía en las manos. Al parecer eran apuntes de una asignatura de Lógica, de primero de Filosofía. Estaban llenos de ceros y unos. Los lanzó al fuego inmediatamente y pensó en la vibración. Casi todos los jóvenes de su edad temían estar contagiados. Desgraciados. Picores en la espalda, insomnio inducido por la sobresaturación muscular o el agotamiento inusual eran algunos de los síntomas que varias personas decían padecer. Luego empezabas a morir.

Aquello había asustado bastante a Axiolótico y había convencido a Ricardus para largarse de la ciudad, juntos, cuanto antes. Al fin y al cabo ambos habían anunciado en más de una ocasión el cansancio que ya experimentaban con la vida en dicho hábitat. Hacía un par de meses que habitaban aquella casa abandonada, plena de vacío, en especial de vacío tanto vibracional como humano. Un tipo extraño les había hablado de ella una noche en San Justo. Les dijo que él había estado allí el año anterior durante unos cuantos meses, y que nunca fue molestado por nadie. Era fantástico porque era un lugar podridamente remoto. Sí ellos querían pasar una temporada sin sobresaltos, alejados del centro y de la plaga de vibración, aquella era la mejor opción. Es como estar en ninguna parte, les aseguró aquel hombre. Ahora Axel y Ricardus Long-Island lo certificaban. Ahora, para recibirse a su nuevo hogar, utilizaban esa denominación. Ninguna Parte. A una hora en bici de los polígonos industriales, donde la ciudad empieza a tener nombre. Cruzando la vía del tren abandonada. En caminos que apuntan hacia el norte. Así llegarás a mi casa. Ninguna Parte.

  -El anterior inquilino de Ninguna Parte me dijo que hay quién piensa, incluido él mismo, que William Bellocq no es uno sino varios. Yo le dije que lo más probable es que la identidad de W.B. respondiese a aquel tipo al que metieron en la cárcel, el hombre mudo, el puto Fred Korok. Roberto Gueroa, antes de marcharse, en el último apretón de manos, porque hubo más de un intento, recalcó que mucha gente piensa que sigue vivo y que es uno. Que sigue por ahí, rodeado de extraños como nosotros y oculto, oculto como nosotros, en Ninguna Parte.



11.9.12

PISTA DE AUDIO Nº 41; GRABADORA SAMSUNG DE ROBERTO GUEROA




Que no colaras las naranjas cuando las exprimías y que seguidamente te sentaras para abrir tu Facebook es algo que no compartía pero que contemplaba cada mañana con la misma seriedad con la que un vigilante de noche finge si rodea, repetida y mecánicamente, un edificio cualquiera. Que la pulpa del zumo se convirtiera en un bigote brillante y luego se secara poco a poco escondía algo para lo que nunca tuve adjetivos. Que todas esas madrugadas en las que desaparecía y pintaba círculos rojos con pintura fresca causaran en nosotros la disolución y consumo de nosotros, es algo que pese a toda mi parafernalia, nunca podré negar. Que coloreara círculos rojos tanto en carreteras como en los patios traseros de centros sociales fue cosa de Desdén Spinoza y, pese a mis torpes excusas e historias increíbles, es algo que aún no comprendes, algo que ni siquiera llegaste, ni pese a los folios desparramados que nunca ojeaste por curiosidad y con los que amanecía casi todos los días en el cuarto amarillo, a sospechar. Que te quedaras dormida viendo la tele era un artefacto emocional que casi cubría por completo, con una extraña sensación de autoconsciencia que no llega a ser del todo autoconsciencia, las paredes amarillas del salón. Que yo te contemplase acababa siendo un juego de sombras y luces tartamudas. Que yo jamás te quitaba ojo; que puedes no creerme; que es justo. Que las bibliotecas se llenaron de jóvenes manchados con infecciones y heridas a causa de la vibración sonora y los efectos fisiológicos del glitch. Que tú fuiste una más. Que yo fui uno mas. Que vi cómo enfermabas. Que viste como enfermaba. Que te curaste. Que me curé. Que volviste a enfermar. Que volví a enfermar. Que, y puede que suene arriesgado, definitivamente nos curamos. Que a veces, cuando camino por los poros agrietados de esta planicie cuyos olores parecen guardar el equilibrio nauseabundo de un hábitat natural construido a base de ceniza de deshechos químicos, dudo y pienso que tal vez no. Que tal vez nunca enfermamos. Que tal vez y por ende, nunca llegamos a sanar por dentro.    



9.9.12

EL SUICIDIO COMO UNA ESPECIE DE REGALO


Había una vez una madre que lo pasaba muy, pero que muy mal, emocionalmente, por dentro.
   Por lo que ella recordaba, siempre lo había pasado mal, incluso de niña. Recordaba pocos detalles específicos de su infancia, pero sí recordaba haber sentido un odio hacia sí misma, un terror y una desesperación que parecían haberla acompañado desde siempre.
   Desde una perspectiva objetiva, no sería descabellado decir que aquella futura madre tragó mucha mierda psíquica cuando era una niña y que parte de aquella mierda podía describirse como abusos sexuales por parte de sus padres. Sin embargo, aunque todo esto era verdad, no era el problema.
   El problema era que, hasta donde alcanzaban sus recuerdos, aquella futura madre se odiaba a sí misma. Percibía todas las situaciones de la vida con aprensión, como si cualquier ocasión u oportunidad fueran una especie de examen importante y terrible y ella hubiera sido demasiado estúpida o perezosa para prepararse con antelación. Se sentía como si tuviera que sacar la nota máxima en todos aquellos exámenes para evitar algún castigo terrorífico 1. Se sentía aterrorizada por todo y le aterrorizaba que se notara.
   La futura madre sabía perfectamente, desde una edad temprana, que aquella presión constante y horrible venía de su propio interior. Que no era culpa de nadie más que de ella. Aquello la hacía odiarse más todavía. Esperaba de sí misma una perfección absoluta, y cada vez que no la conseguía la colmaba una desesperación profunda e insoportable que amenazaba con romperla en pedazos como si fuera un espejo barato 2. La futura madre proyectaba aquellas expectativas tan altas en todos los ámbitos de su vida futura, particularmente en aquellos que involucraban la aprobación o desaprobación de los demás. Por esta razón, durante su niñez y adolescencia, todos la percibían como a una chica brillante, atractiva, popular y admirable; la elogiaban y la aprobaban. Sus compañeras parecían envidiar su energía, su dinamismo, su aspecto, su inteligencia, su disposición y su atención infalible a las necesidades y sentimientos ajenos 3; tenía pocas amigas íntimas. A lo largo de su adolescencia, las autoridades como, por ejemplo, profesores, patrones, líderes militares, pastores y asesores de asociaciones de alumnos universitarios comentaron que la joven «parec[ía] tener expectativas muy, muy altas de [sí misma]», y aunque a menudo aquellos comentarios se emitirían desde una voluntad de preocupación o reprobación amables, casi siempre se podía distinguir en ellos una nota ligera pero inconfundible de aprobación -de que la autoridad había emitido un juicio objetivo e imparcial y había otorgado su aprobación-, y en todo caso la futura madre se sentía (por entonces) aprobada. Se sentía tenida en cuenta: sus criterios eran altos. Sentía una especie de orgullo abyecto por la falta de piedad que mostraba hacia sí misma 4.
   Cuando llegó a la vida adulta, ya resultaba adecuado afirmar que la futura madre lo estaba pasando interiormente muy, pero que muy mal.
   Cuando se convirtió en madre, las cosas fueron todavía más duras. Las expectativas de la madre hacia su criatura resultaron ser imposiblemente elevadas. Y cada vez que la criatura no lograba algo, la inclinación natural de la madre era odiarla. En otras palabras, cada vez que él (la criatura) amenazaba con comprometer los criterios elevados que eran lo único que la madre tenía creer, para sus adentros, el odio instintivo de la madre hacia sí misma tendía a proyectarse hacia el exterior y hacia la criatura. A aquella tendencia se le añadía el hecho de que en la mente de la madre no había más que una separación minúscula e imprecisa entre su propia identidad y la de la criatura. La criatura parecía en cierto sentido ser el reflejo de la propia madre en un espejo que reducía las imágenes y las distorsionaba de forma grotesca. Por tanto, cada vez que la criatura era maleducada, codiciosa, grosera, dura de mollera, egoísta, cruel, desobediente, perezosa, tonta, testaruda o infantil, la inclinación más profunda y natural de su madre era odiarla.
Pero no podía odiarla. Ninguna buena madre puede odiar a su criatura, juzgarla, abusar de ella o desearle ningún daño de ninguna clase. La madre lo sabía. Y los criterios que usaba consigo misma como madre era, tal y como uno podría esperar, muy elevados. Y era por esta razón por la que siempre que «metía la pata», «hablaba con brusquedad», «perdía la paciencia» o expresaba (aunque fuera mentalmente) odio (por breve que fuera) hacia la criatura, la madre se hundía instantáneamente en un abismo de recriminaciones hacia sí misma y de desesperación que le resultaba imposible de soportar. De modo que la madre entró en guerra. Sus expectativas libraban un conflicto fundamental. Un conflicto en el que sentía que su propia vida estaba en jaque: no poder vencer la insatisfacción instintiva que sentía hacia su criatura daría lugar a un castigo terrible y devastador que en su interior sabía que ella misma iba a infligir. Estaba decidida a tener éxito, desesperada por tenerlo, por satisfacer las expectativas que tenía de sí misma como madre sin importar cuál fuera el precio.
   Desde una perspectiva objetiva, la madre tuvo un éxito tremendo en sus esfuerzos por controlarse. En su conducta externa hacia la criatura, la madre mostró un cariño infatigable, fue compasiva, comprensiva, paciente, amable, efusiva, incondicional y desprovista de toda capacidad aparente de juzgar, desaprobar o negar de cualquier forma su amor. Cuanto más abyecta era la criatura, más cariño se exigía a sí misma la madre. Su conducta resultaba impecable de acuerdo con cualquier criterio de lo que ha de ser una madre excelente.
   A cambio, la criatura, a medida que crecía, quiso a su madre más que a todo lo demás que hay en el mundo. Si hubiera tenido la posibilidad de hablar verdaderamente acerca de sí misma como una criatura realmente perversa y repulsiva a quien, gracias a algún golpe inmerecido de buena suerte, le había tocado la mejor madre del mundo entero, la más cariñosa, paciente y guapa.
   Pero por dentro, a medida que la criatura crecía, la madre seguía llena de odio hacia sí misma y de desesperación. Probablemente, se decía, el hecho de que la criatura la mintiera, hiciera trampas y aterrorizara a las mascotas del vecindario era culpa de su madre. Probablemente la criatura no estaba haciendo más que expresar para que lo viera todo el mundo los defectos grotescos y patéticos que ella tenía como madre. Por tanto, cuando la criatura robó el dinero para UNICEF de su clase o agarró a un gato de la cola y lo golpeó varias veces contra la esquina afilada de la casa de ladrillo vecina a la suya, la madre asumió como suyos los grotescos defectos de la criatura, recompensando las lágrimas de la criatura y las recriminaciones que esta se hacía con una generosidad y un amor incondicional que hizo que la criatura la considerara su único refugio en un mundo de expectativas imposibles, juicios implacables y mierda psíquica sin fin. A medida que él crecía (la criatura), la madre asumió todas sus imperfecciones, las guardó en su propio interior y de ese modo lo absolvió, lo redimió, lo regeneró, sin importar que estuviera acrecentando su propio fondo de interior de odio hacia sí misma.

Y así fue durante toda la infancia y la adolescencia de su criatura, de manera que, para cuando la criatura fue lo bastante mayor como para solicitar diversas licencias y permisos, la madre se sintió casi colmada de odio en su interior: odio hacia sí misma, hacia su criatura defectuosa e infeliz y hacia un mundo de expectativas imposibles y juicios implacables. No podía, por supuesto, expresar nada de aquello. De manera que fue el hijo -desesperado, igual que todas las criaturas, por devolver ese amor perfecto que solamente se puede esperar de las madres- el que lo expresó todo por ella.
                                                                                                                                                     

                                                                                                                                                       D.F.W.

1. Sus padres, por cierto, nunca le pegaron ni trataron de imponerle ninguna disciplina, ni tampoco la presionaron.
2. Sus padres habían sido gente con pocos recursos, físicamente imperfectos y no muy inteligentes, y la niña se disgustaba con ella misma por ser capaz de percibir aquellos rasgos.
3. Por entonces todavía no se usaban las expresiones ser positivo ni tampoco relajarse psicológicamente (ni tampoco, por cierto, mierda psíquica; ni abusos sexuales por parte de los padres ni perspectiva objetiva).
4. De hecho, una explicación que los padres de aquella chica a la que ya le faltaba poco para ser madre solían darle para imponerle tan poca disciplina era que su hija parecía reprenderse a sí misma sin piedad por cualquier pequeño fracaso o transgresión, de tal modo que imponerle alguna disciplina habría sido, entre comillas, "un poco como darle patadas a un perro".





8.9.12

DISCOGRAFÍA DE WILLIAM BELLOCQ


- Post-Illbient: books & films. (1999)  Independiente.
 [Álbum debut; de producción casera. Construído a base de paisajes sonoros, con clara influencia de Paul D. Miller a.k.a Dj Spooky en cuanto al el elemento del sampling, utilizado este último en la introducción de conversaciones sacadas de libros pulp o películas de sci-fi light. Lo original del CD reside en la programación rítmica y armónica de las frases: a cada palabra se le asignaba un sonido que, según la intensidad de la frase, variaba de una u otra manera.]





-Enter the reverse at random. (2001) Independiente.
[Producción casera. Como su propio nombre indica, esta obra se diseñó mediante el influjo de la música aleatoria de músicos como John Cage o Pierre Boulez y un sonido noise que no agradó para nada al público. La estructura del trabajo muestra el desarrollo de ciertas bases musicales de jazz junto a una programación puramente azarosa en la que se repiten trozos de Conciertos para pianola en modo reverse. El autor improvisa sobre los tracks con una armónica previamente golpeada.]





-Owls for wild teenagers. (2001) Independiente.
[Producción casera. Reeditada por Movie Racords para el canal 73 de la Televisión Pública. EP cimentado a base de ritmos down tempo y una telaraña de sonido atmosférico que -según en un comentario de facebook del autor- postanunció la muerte anticipada del trip-hop. Sobre dicha estructura envolvente, W.B. introdujo toda una variedad de sonidos de lechuzas repitiéndose en diferentes escalas. El toque psicodélico de aquellos animales fue potenciado con la mítica frase de la serie de los 80, Twin Peaks: «las lechuzas no son lo que parecen». Esta obra llamó la atención de varios productores debido a que uno de los pocos técnicos de sonido del canal 73 introdujo varios de los temas que ambientaron durante semanas las voces en off del programa titulado Wild Teenagers, programa que se emitía a las 4 de la mañana y en el que se ofertaba todo un muestrario de métodos de reinserción emocional para adolescentes con problemas familiares. Lo curioso del asunto es que hubo un brote de teenagers adictos a semejante folleto destinado para padres preocupados. Se quedaban embelesados, ciegos de televisión, con esas camisetas míticas en las que ponía Yo maté a Laura Palmer y esos gorros llenos de grasa. A partir de aquello William Bellocq empezó a sonar en boca de algunos cuantos.]




-Mimetic Remixes (2004) Glitchdroid Records
[CD producido, grabado y mezclado por el sello que montó-2003- William Belloqc. La crítica musical dijo del disco que la etiqueta no era otra que la de ghost remix. El trabajo produjo alboroto en las Ciudades-Portales con más seguidores del e-Territorio, y no fue para menos: en un empuje experimental orientado a la interacción con el consumidor, el autor elaboró unos remixes en los que a simple vista, como por arte de engaño, uno escuchaba el disco y no apreciaba diferencia alguna entre la canción original y la supuesta copia que allí se vendía. La solución pasaba por el software que incluía el disco, herramienta con la que debías de editar los tracks y en el que te aparecía un plug-in que, a medida que modulabas frecuencias, te aparecían fragmentos distintos de canciones de salsa y merengue. Tú creabas el CD. 9 de las 10 canciones tenían por título: Now...you are William Bellocq!]






-Solfeggio Dealer”s.  (2005) Glitchdroid Records
[CD inédito. Las pocas copias que consiguieron filtrarse tanto en dos centros comerciales como por la red fueron rápidamente interceptadas por la Comisión Federal del e-Territorio. Las tres canciones del disco fueron usadas como pruebas en el conocido juicio de la War Vibration en el que, tras varias semanas de deliberaciones y titulares parecidos a El concilio de disckjockeys que intentó tiranizar a la humanidad, se dictó la sentencia de pena de muerte para el creador de la obra. Un tal Frederick Korock -propietario de Glitchdroid Records-, debido a que el nombre de William Bellocq no figuraba en ningún registro civil o laboral, fue condenado a morir por inyección venenosa. Es desde aquel noviembre del año 2007 que nadie sabe quién es W. B., si existe o no existe. Esta incertidumbre se debe a que desde el mismo día en que Frederick Korck entró al corredero de la muerte, desde el mismo instante en que acarició la primera de las barras de hierro de su celda de aislamiento y se meó literalmente entre los mulos, rodillas y pies, por todo el e-Territorio se empezaban a filtrar, como balazos virtuales -espectrales podría decirse-, decenas de tracks de alguien cuyo pseudónimo seguía siendo William Bellocq.]





-Sex Pisto. (2007) Independiente
[Publicado el mismo día de la sentencia del juicio de la War Vibration. Parodia de género punk, con ritmos y melodías compuestas exclusivamente a base de sonidos sacados de grabaciones de diferentes cocinas de restaurantes de 5 estrellas de todo el mundo. Canciones como Fried Cops Chikens o Anarkochef cosecharon bastante éxito entre jóvenes freaks marginados por el propio sector juvenil punk. Este CD fue toda un inspiración para el Frente de Liberación Freak, colectivo radical que usó Speed Freedom como himno político para las revueltas de Texas , Baltimore y Belmont. La crítica cultural denominó a este disco como padre del género conocido como punk-food, o punk-cocina.]





-Post-rap: hermeneutic files. (2007) Independiente
[Construido tanto rítmica como armónicamente a partir de sonidos de fonemas. Sobre el orgánico bombo y caja el autor diseñó todo un collage sampleado a base de fragmentos de canciones míticas de la década de oro del rap hispanoamericano. El hecho de que cada veinte segundos sonasen trozos de letras alternándose, hizo que el contexto en el que las mismas se veían insertas virase hasta el punto de generar un nuevo movimiento de estudiosos que hicieron de las líricas toda una arqueología de la interpretación libre.]





-Ambient is calling. (2008) Neo-Mille Plateaux
[Inspirado en la Teoría Musical de Brian Eno. El trabajo consistía en un trasfondo musical con estructura down tempo y conversaciones telefónicas insustanciales acompasando la orquestación. El autor facilitó la edición instrumental al público, a fin de que cada uno grabase las conversaciones telefónicas que quisiese y las mezclase con usuarios de todo el mundo. Surgieron, a raiz de todo este proyecto, varios poemarios creados a partir de la colaboración anónima de gente repartida por todo el mundo.]





-Solfeggio dealer”s vol.2 (2008) Independiente
[CD inédito. Lo único que se sabe de esta obra es que sus pocas filtraciones desaparecieron en menos de dos semanas y que Thom Yorke, en una declaración que decía: «no juego a ser Dios", negó la única colaboración que hasta el momento el autor ha solicitado.]





-Servidumbre (2009) Independiente
[Obra compuesta únicamente por grabaciones de sonidos de freidoras industriales y duchas de cuartos de baños femeninos de polideportivos regionales. El público respondió con una negativa propia del horror que causa algo simplón y, a priori, incomprendido.]





-Solfeggio Dealer”s vol.3 (2009) Independiente
[CD inédito. Nada se sabe de esta obra. Distribución escasa y tráfico casi de culto.]





-Solfeggio Dealer”s vol.4 (2011) Independiente
[CD inédito. Se dice del mismo que es el favorito del autor. Muchos de los artistas que han compartido supuestamente cartel con W.B. dicen que este es el disco que más se repite en directo. Nadie puede garantizarlo.]





-Solfeggio Dealer”s vol.5  (2012) Independiente
[CD inédito. Último disco hasta el momento. En muchas Ciudades-Portales se ha negado la existencia de dicho trabajo.]













31.8.12

EXTRAÑOS




Estamos a las afueras de la ciudad, cerca de las vías muertas del tren, probablemente no muy lejos del lugar en que murió calcinado, de muñecas a tobillos, un pobre e irrelevante vagabundo llamado Anthony Cotard. Hay un amplio descampado y columnas de neumáticos de tractores apilados, formando una especie de fuerte, de bastión para menores de quince. A menos de treinta metros sobresale una montaña de basura que crece casi mensualmente, como al ritmo de las menstruaciones o de los ciclos lunares, que viene a ser lo mismo, dice uno de los dos protagonistas. Tanto el uno como el otro recogen papeles del suelo. Si observas a estos chicos durante un par de jornales advertirás que hay algo más a parte de esta búsqueda a ras del suelo [casi arqueológica] y que se eleva a cazar [lo que supone alzar la vista hacia lo alto] bandadas de apuntes maduros que sobrevuelan como bolsas de supermercado en un día pseudohuracando, de hecho, a veces se puede ver alguna que otra bolsa de supermercado entre la turba de láminas. Porque del cielo, entre las 4 y las 4:15 de la tarde [por marcar un momento], caen folios de papel como por arte de viento y de tinta. Lluvia de apuntes que, por cada año que suspendes y repites, van revalorizando su valor en el muy conocido mercado ilegal de los Apuntes Selectos. Es el oficio secreto de Axel «Axiolítico» y Ricardus Long-Island. Desde hace ya dos años. Llegan cada tarde, en soles tan gelatinosos como este [tan grises que hasta pesan] y simplemente esperan, equipados con bolsas de basura, a la tormenta de DIN-A4. Chispear no siempre cuadra a horas exactas: a veces [muy raras veces] las encuadernaciones de alumnas responsables de final de carrera ya han caído; también hay jornadas en las que tienen que esperar al vuelo de un remolino informacional con cientos de minutos de demora. Pero Axel «Axiolítico» y Ricardus Long-Island, como en una justificación personal que dice nosotros-desempeñamos-una-profesión-más-de-entre-cientos-de-profesiones, apremian por llegar puntualmente a las 4 de la tarde. Siempre. De 13 y 14 años respectivamente, gozan de un nivel de vida superior [gracias a los ingresos que obtienen a través del tráfico de apuntes] al del resto de la caravana de adolescentes ineptos con los que, ya sea en parques o aularios, conviven: me recuerdan al tipo de medusas paralizadas que se ven en los dibujos de psycho-pulp, dice A.A. en tanto husmea entre los escombros.
   -Premio gordo -confiesa sin apenas turbarse R.L-I., al tiempo que inspecciona, todavía agachado, los papeles que acaba de recoger y que supervisa con ese tipo de atención despreocupada con la que los abogados [todos: en especial los de oficio] repasan por encima el acta de sus casos.
   -¿Medicina?, ¿ingeniería de caminos?, ¿o tal vez historia del arte? Dime que son de historia del arte, por favor, dime que más concretamente pertenecen a las vanguardias históricas y que podré endosárselos al corro de universitarias salidas y desesperadas por no coger apuntes y seguir visitando las cervezas de la cantina
   -Son partituras musicales.
   -¿Y bien? -pregunta A.A. asomando las rastas de su cabeza- ¿Esto se supone que es el premio gordo?, ¿partituras musicales que parecen haberse escrito en la Edad Media?
   -Conozco a gente del Conservatorio Superior que con suerte soltará billetes por cada uno de estos pentagramas -dice con media sonrisa y un torpe aunque sincero guiño de ojo el bueno de Ricardus Long-Island.
   Se acaba de disparar, en un aviso de ventarrón cuya presencia va ganando consistencia, la señal que indica alta probabilidad de precipitación de páginas. Nuestros dos chicos se miran conjuntamente con un brillo ocular que recuerda al más puro destello que uno pueda encontrar en los ojos drogadictos de sectores marginales cuando contemplan el papel de aluminio.
   -Prepara los palos y las bolsas de basura. Yo voy montando la cama elástica.
   -No me gusta saltar en esa mierda oxidada -opina Axiolítico después de escupir con un aire que denota de todo menos insurreción o insolencia- A parte del hecho, que me la trae floja,  de parecer retrasados mentales que saltan y cazan papeles con bolsas de basura atadas a palos de escobas, deberías de haberte percatado en algún puto momento de estos últimos dos meses de que conseguimos muchos menos apuntes volando en el aire de los que cosechamos con los pies pisando tierra.
   -Eso es muy cierto mi muy querido pequeño oloroso. Pero así es más divertido.
   -Que te jodan. A ti y a tus partituras musicales.
   -Vendrás a mí -y esto lo dice Ricardus con una dulzura perversa que recuerda al tipo de madre que advierte de algo prohibido a su nene- cuando las coloque a cambio de billetes a tropel en cualquier salida de cualquier after a cualquier DJ que busque la fama mediante frecuencias solfeggio.
   -¿Frecuencias solfeggio?, ¿pero de qué cojones hablas?
   -¿Cómo que de qué cojones hablo? -pregunta R.I-L y después se señala la cabeza con la punta del dedo, como dando a enteder que la materia sobre la que versan sus palabras ronda lo espiritual, lo mental o lo metatífisco- La War Vibration chaval.
   -A veces dices cosas muy raras. Cosas extrañas del tipo de cosas que me hacen sentir como un extraño. Que me hacen sentir que somos extraños.
   -Todo el mundo conoce a William Bellocq, capullo, o al parecer todos menos tú, mi muy querido pequeño Axiolítico.
   -Que te jodan a ti y a tus frases de maestro oriental de deporte en el que no hace falta mover el culo. A ti y a tu War Vibration y a tus frecuencias solfeggio y a tu William Bellocq.
   -William Bellocq no existe, pringao... Nadie conoce a William Bellocq.
   -¿Quién es William Bellocq?
   Y entonces empiezan a llover papeles arrojados desde lo alto de este cielo gelatinoso [tan gris que hasta pesa] y nuestros dos protagonistas interrumpen la cháchara porque empieza una nueva jornada laboral en la oficina que hay al lado de las vías muertas del tren, cerca de la montaña de basura, dentro de los límites del descampado.







22.8.12

LONG ISLAND II





Que ella se haya quedado dormida no es condición suficiente para que el televisor que la vigila frene su ritmo, su cadencia: sus movimientos. La pared amarilla del salón nunca ha sido tan amarilla en plena oscuridad de salón de medianoche. Sobre ella se proyectan, lumínicamente hablando, parpadeos de color blanco y azul celeste. Parece que las imágenes se imprimen en ella o que ella es un espejo de carne. Sobre su cuerpo tumbado se dibuja una película de asesinatos que arrastran, al igual que en una verborrea ensayada o una suma teológica, multitud de asesinatos. Long Island como escenario para el desarrollo. Las imágenes hablan, y no es relevante que haya o no haya gente observándolas, por sí solas. Son aún más puras [ahora que ella duerme] porque no existe ningún marco teórico burbujeando en el aire vicioso del salón amarillo. Porque no hay mente posible operando sobre las mismas. Hablan por sí solas y ella duerme, atenta o no a las imágenes de la película de sus sueños y que de igual manera hablan por sí solas. No importa si ella las observa o no las observa. Si las observó [pasado] o no las observará [no-futuro]. No importa. Suenan risas en off procedentes de la teleserie a la que atienden y se destronchan [artificialmente] varios actores secundarios de la película. Y ella se estremece.




14.8.12

LECCIÓN DE INSOMNIO II




Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado como si de pornografía se tratase. Hago de este tipo de ejercicio todo un ceremonial que, aunque mis ojeras digan lo contrario, provoca la total desactivación de cada uno de los circuitos de mi cuerpo. De mi bomba. Me aferro al idealismo historicista, mi personal idealismo absoluto, si así quieres llamarlo: verme a mí, Desdén Espinosa, como el Sujeto, el mismísimo Sujeto en una sucesión de acontecimientos, aún víctimas del efecto de ligeras distorsiones, puramente temporales. Desdén Espinosa, que por ser el mismísimo Sujeto sublimó su quehacer hasta llegar a ser el Objeto. La bomba. Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado para dejar de ser la Máquina; para empezar a ser el Sujeto. El poco trabajo que mantiene verdaderamente ocupado a mi organismo eléctrico es despachado por mi nuevo becario. 3:53 a.m y  el pobre seguro que sigue dando vueltas por la zona este de la ciudad, buscando los puntos exactos, las calles, polígonos industriales o esquinas que colorearé en rojo y que indicarán que allí, en una acumulación de tiempos pretéritos, se desarrolló una cadena memorística, una serie de acontecimientos -física y psíquicamente- horrorosos que repercuten -como suave soplos de burbujas- en tu estado anímico. En tu estado de Sujeto anímico y no de Máquina. Y no de bomba. A veces me tiembla, y da igual que fije la vista o esté durmiendo, el párpado inferior. Cuanto menor es la unidad de explosivos de fabricación casera pegados con cinta aislante sobre mi abdomen, tanto más experimento esa ligera tiritera muscular. Soy una especie de cronómetro detenido pero vivo. Si pienso en la palabra apretar el nudillo me baila poco a poco pero el ojo se relaja. Mañana será otro día. Mañana todo cambiará, me digo a mí mismo. Y en el fondo sé que nada alterará la aburrida ley por la que todo deviene. Mantra del fracasado. Mañana será otro día. Mañana todo cambiará.




11.8.12

PISTA DE AUDIO Nº 52; GRABADORA SAMSUNG DE ROBERTO GUEROA


Todo lo que se sube, le pese a quien le pese, se baja. Digo esto en referencia a mi pasado. Practiqué ciclismo en equipos regionales con sede e instalaciones deportivas escondidas por pueblos de bosques que asustarían a más de un sureño. En Cantabria. Jornadas de pedaleo subiendo y subiendo por carreteras grises, parecidas al humo del bong cuando trepa por la probeta. Estudié la filosofía heraclitea y los piñones de las bicis. El estilo de técnica de Bruce Lee y el concepto platónico de hiperusía. Mi entrenador siempre decía que todo lo que se sube, tarde o temprano, se baja. Recuerdo ascender y descender por desfiladeros y curvas imposibles, como si de una gráfica maldita con el dedo fuese recorriendo, describiendo. Soy un economista de los frenos y las botellas de agua. Correr detrás de hombres que me aventajaban hizo de mi identidad un fardo de tensiones y satisfacciones, de desaliento y técnicas de superación. Estoy en mitad, como una hormiga extraviada, de una carretera que atraviesa el desierto. Ando. Ya no existe la bici. He visto varios buitres en busca de reposo y no me he alarmado. Aprendí a bajar todo aquello que subía. Mi entrenador me decía: si quieres bajar, no es difícil, apúntate a lecciones de descenso. Eso hice. Descender y descender. Abandoné el equipo de ciclismo y partí rumbo a ciudades universitarias. Sitios de esos en los que la gente fluctúa parecido a las trayectorias que se describen en una panorámica de ampliación subatómica. Idas y venidas. Gente que al año se va y otra que al año aparece. No sé si me entiendes. Dejé de competir subido a una bici para conocer toda una suerte de puntos en movimiento y relacionados, directa o indirectamente, entre sí. Soy un matemático de las relaciones intersubjetivas expresadas en espacios públicos y bajo un punto de vista pseudo sociológico. Estudié la amistad y el libro V de la metafísica aristotélica. Las relaciones entre personas. En las ciudades universitarias la amistad es una moneda de cambio. Es como pescar peces con vendas en los ojos. Conocí gente que reseñó su vida de modo filosófico. Que con catorce años ya habían bosquejado la estructura de su futuro proyecto académico. Otros decían: cuando estés delante de una persona que te conoció con 13 años y con una que te ha conocido ahora que tienes 24, se dará el momento decisivo. El punto hombar: lo que dirán de ti en tu epitafio. Algo crucial. Despedirse en las ciudades universitarias es como cuando dos personas se despiden y una de ellas abandona para que la otra acabe agitando la mano sin nadie enfrente que le corresponda. Como mirar de reojo al abismo. Es raro. Las relaciones sociales en las ciudades universitarias. Las estudié. Desvestí mis prejuicios en pos de toda una química de las emociones compartidas. Analicé la lógica pura de los comportamientos en grupo. Ahora camino descalzo en mitad de una carretera que, vista desde una perspectiva aérea, debe separar dos planicies colosales de tierra. Me fui después de haber estado dando vueltas pendulares por ese tipo de zonas en las que se construyeron demasiados edificios y en los que ahora nadie, debido a la crisis económica, vive en ellos. Después de tantas y tantas horas de estudio académico, social y metafísico. Después de tantos y tantos descensos a las experiencias más burocráticamente aterradoras que uno pueda tener en el Departamento de Estudios Sociológicos. Después de una suma a priori incuantificable de rostros a los que sé que probablemente jamás volveré a presenciar físicamente. Después de Espinosa. De todas esas escenas en las que hablaba, como si fuese una especie de devoto anfetamínico apunto de explotar, de la Ciencia Orientativa de la Psicogeografía. Después de absurdas y esenciales charlas -no como aquel desquiciante monólogo suyo que tuve que soportar, cada vez con menos oxígeno debido a la rápidez con la que la excitación hacía mover su lengua, enccerrados en el ascensor- con Javier Rubio. Después de ella. Después de que se llevara los muebles de mi piso. Después del cuarto amarillo y su único enchufe y su única conexión al mundo por la que, al igual que el placton en infinitas sucesiones de placton, me dejaba arrastrar. Es, como si después de la chica M, en una rara distorsión de mi percepción temporal, el mundo ya no avanzara al mismo tiempo. Y yo avanzo, ando; nunca subo ni desciendo. No. Ya no. Ya no hay más competiciones ni más descensos a los sótanos de las relaciones emocionales y los trabajos académicos poco remunerados. Acabo de cortarme por cuarta vez al pisar una cresta de piedra. Piedras y buitres son mis nuevos amigos. Ellos y el cable al que estoy agarrado. Hace hora y media que me inicié en el mundo de los cortes por exilio y, al sentarme para comprobar que mi pie es común, mortal y de carne y hueso, para mi sorpresa, medio enterrado, encontré este cable al que me he agarrado y que no pienso soltar. Ni siquiera para mear, cagar, dormir, comer latas de melocotón en almíbar o mirar de frente a los buitres. Ando a su lado. Agradeciéndole cada aproximadamente dos kilómetros su amistad y compañía de cable. Se acaba la capacidad de memoria de la última pista disponible en mi grabadora de sonidos Samsung. Me gustaría que supieras, si es que alguna vez logro encontrar algún enchufe -el cable me da fuerzas y fe- para conectarme y enviarte todas estas grabaciones, antes de que todo acabe, antes de que esto deje de grabar y únicamente queden piedras y buitres y el cable para oírme, que  




9.8.12

Estas fotografías fueron tomadas la velada del 16 de mayo del 2012









Estas fotografías fueron tomadas la velada del 16 de mayo del 2012. Pertenecen a la actuación que llevó a cabo un polaco llamado Igor Boxx y fueron chequeadas por un hombre que tenía justo a mi lado y cuya identidad ha sido relegada a la de un nombre y apellido falsos: Roberto Gueroa. Han pasado meses desde aquella noche; exactamente 85 días. No los he ido contando por unidades ni a medida que se desarrollaban, de eso puedo estar seguro. Mientras, y te juro que esto es real, escribía esta última línea, un pañuelo de seda que mi buen amigo Ricardus Long-Island tuvo el honor de adquirir como compromiso turístico con el país de Marruecos y que nunca tuvo la decencia de conjuntarse mas que para quitarse capas de frío en una de las muchas noches gélidas que dormimos entre estaciones de autobuses pleistocenos, ha empezado a arder por encima de mi cuerpo. Enroscado, por qué no decirlo, en plan serpiente sobre tres focos de luz intensa: así lo hube colocado, así de inteligente me acabo de promocionar. La serpiente azul ha humeado hasta el punto de que síntomas de la talla de picor de ojos y de nariz o dolor de pulmones al respirar se hayan convertido en la puntuación para una nota final de un examen cuyas observaciones son: auténtico inútil. Mi retraso mental ha conlcuido en todo un espectáculo de fuego en progresión a medida que el viento ha ido avivando la llama, porque resulta estúpidamente obvio que me he aventurado -la justificación no era otra que la de hacer desaparecer humo del cuarto- en colocar la piel de la serpiente humeante sobre las rejas de la ventana. El viento ha hecho el resto. Mientras escribía que no hube contado los 85 días transcurridos entre la fecha de hoy y la actuación de Igor Boxx he sentido calor y luz naranja y he visto arder una bola de fuego que no he dudado en arrojar -la mitad, ya que la otra parte ha dicho adiós entre pisotones y chorros de agua que han hecho de la misma fango negro- por la ventana. Minutos después, es decir, ahora mismo, un chico de Bogotá al que gusto de llamar Axiolítico, ha metido un pen drive que se encontró no sé donde y cuyo contenido médico roza lo artístico si uno se fija en los primeros planos de enfermedades impronunciables, o algo así dice. Me pide que borre el contenido del mismo y yo le digo que quiero esas fotografías. Me dice, y por eso sé que está colocado, que acaba de recordar haberlo borrado esta mañana. Dice que rebusque, que recicle, que está en mi Papelera de Reciclaje. Pienso en ella y en la memoria y en reciclarla. Pienso en ese fin de semana y no sé porqué pero me quedo mirando un minuto que no sé cuanto dura el póster de Sandman. Me digo a mí mismo que los recuerdos que se relacionan con las personas son escenas cargadas de insustancialidad mistérica, del tipo de escenas de películas abiertas en significado.

El caso es que este texto en sí no tiene identidad propia. No sé si esto guarda relación alguna o enlaza con la temática recuerdo-escena-frívola-pero-onírica de la que hablaba. El caso, y vuelvo a repetirlo, es que este texto en sí no tiene identidad propia, ya sabes, unos personajes a los que recurrir, un escenario sobre el que desarrollarlos, una trama a profesar. Lo he comenzado, con esta, puede que más de nueve veces y, como en una especie de acuerdo tácito conmigo mismo, siempre acabo desarrollando su estructura ósea en una ilógica unión de pensamientos a tiempo real y los recuerdos -que cada vez son más difusos o literarios u olvidados o reemplazados- de aquella  noche de mediados de mayo. Nunca lo termino. He comenzado más de nueve veces con Estas fotografías fueron tomadas la velada del 16 de mayo del 2012. Es como si se hubiese establecido un punto de atracción entre los recuerdos de una noche -mejor dicho, de un fin de semana: aquel fin de semana- y el momento presente en que los rememoro y combino con pensamientos fugaces, instantáneos. Un punto imantado que nunca termina porque Hoy nunca se acaba. Constante reactualización. Como mi Papelera de Reciclaje. Son dos polos para este andamiaje: uno estático y otro dinámico. El primero es una bola grande, una pelota resinosa congelada por escenas mentales primaverales. El segundo es un fluir entre frases momentáneas. Así funciona este texto indefinido: gravitando entre dos puntos fílmicos y galvanizantes. Recuerdo que aquella noche bailé como un auténtico deficiente en aras de un trance trib-urbano. Que pedí a Roberto Gueroa que fotografiase con su móvil videoproyecciones repetidas en bucles, le dije: ¡tienes que candar esas imágenes!, ¡embotella aquella pantalla!

Ahora miro la que tengo delante, la de mi portátil. Acabo de establecer una vista previa de la primera fotografía que consiguió R.G: la de la mujer. Me recuerda, de un modo parecido a cómo lo hacen ciertas canciones o nombres artísticos, a ella. Sé que sabe que no la hecho de menos. No lo hago. Sólo pienso, a veces, como por arte de carambola, en ella. Abro la carpeta que guardo con todas las memorias que escribí para su carrera. Ella hablando a través de mí. O yo hablando a través de ella. Ya no lo sé. Pero sigue siendo raro. Crónica de un crimen. Del olvido a la memoria. Leo todos esos escritos académicos en los que suplanté su identidad, en los que aparecían constantemente palabras genéricas acabadas en a y no en o. «De vuelta y sumergida una vez más hacia el rescate de los objetos que quieren ser retirados. Puede que esa sea mi naturaleza: la predisposición de una anciana desequilibrada por el síndrome de Diógenes». ¿Es ella o soy yo?, ¿qué es esto sino un constante reciclaje de la ilusión de mí mismo? «Quién era ella. Siempre guardaré la historia que he conseguido crear. Serán los recuerdos ficticios de mi vida. Yo habré sido parte de Soledad». Todas estas frases pertenecen a sus memorias. Son ella. Son yo. Ella hablando a través de mí. O yo hablando a través de ella. Ya no lo sé. La noche, no del 16 sino del 17 de mayo, nunca la olvidaré. Puede sea debido a que tengo pruebas -pictóricas- virtuales. Las fotos que sacó Roberto Gueroa. Perdí el norte cuando perdí mi sentido de la identidad. Por eso siempre necesito pruebas, pruebas de que aún existo. Por eso sigo tomando fotos. Para probarme después que fui «yo» realmente quien vió algo. Y aquella noche del 17 pude ver literalmente, como gajos secos que desfallecen, desprenderse una parte de mí. Dos años aproximadamente sin a penas recuerdos sólidos -únicamente los artísticos, los que vieron Transcendencia y algo mejor que lo que fue nuestra relación-, una buena parcela de mi pasado que ahora guarda ella, porque, como casi siempre, activé al automatismo de la Negación y del posterior Olvido. Intento formatear -es una forma de negar- el pasado para no tener que sentirlo como flashbacks que me hagan palidecer y enfermar. No conozco la materia de los sueños porque nunca recuerdo las imágenes que sueño. No sé si esto guarda relación. El caso es que miro el póster de Sandman, soberano del Reino del Sueño, y me digo a mí mismo que los archivos de las Papeleras de Reciclaje que se relacionan con las personas son escenas cargadas de insustancialidad mistérica, del tipo de escenas de películas abiertas en significado. La foto de la mujer me recuerda a ella y ella me recuerda a la noche del 17, que a su vez me recuerda que una parte de mí se autoignoró para quedar presa del tupperware hermético de los archivos que ella haya logrado preservar. Recuerdos por archivos. Archivos por recuerdos. Recuerdo que hasta que no amaneció estuve buscándome a mí mismo por todos los parques de la ciudad. La noche del 17 fue la que me moví exactamente como lo haría mi perro. Como buscando algo que no importa porque se carece de una medida valorativa de lo que supone la importancia. Buscando como buscaría -nada más que por buscar, por no volver a casa- un perro. Miro a Musgo. Está, lo sé por los ligeros temblores de sus ojos, soñando. Miro un papel en el que pone poetical suicide y en el que sale el dibujo de un hombre con las dos manos atadas y la cabeza puesta sobre las vías de un tren de juguete. Una plantilla rota en la que el palito final de la e ha desaparecido y que por eso ahora pone: John Titor existo. Tengo delante mía un papel con fotografías de máscaras continentales. Veo imágenes de enfermedades que no decepcionarían a ningún Pollock con vida. En la calle suena un piano carísimo en lo que se supone que es una boda refinada, a las puertas del mismísimo palacete modernista de la Casa Lis. Axiolítico acaba de gritar cosas, desde este lado de la casa, totalmente indescriptibles. Ha insistido. Para mi sorpresa, al ir al salón, he visto que tenía una cámara fotográfica apuntando a la pantalla de su portátil. Graba vídeos de gente bailando con devilsticks. Quiere aprender nuevos trucos para el show -bailes tribales con devilsticks de fuego- que empieza en una semana; tour que trazará una línea por todas las terrazas de los bares de la costa mediterránea y en el que ha proyectado una optimista suma cuantitavia de beneficio en metálico. Le he pedido que me deje hacerle una foto al vídeo que graba, para ponerla al final de este texto, a ver si consigo cerrarlo de una maldita vez.




8.8.12

D.E.P



Este es el cuerpo sin vida de una tablet COBY 7010 ANDROID 2.3

De nacionalidad física china y nacionalidad informacional desconocida.

Se despidió del mundo con varias sacudidas de luz y el sonido de una alarma activado horas después del fallecimiento.

No hay familia, amigos ni allegados que recen por su alma.

No hay esquela.

Tampoco epitafio.

Ni siquiera unas últimas palabras en boca del hombre que ofició su funeral.


28.7.12

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Después de unos cuantos ruidos intestinales y algo de dramatismo a la hora de apagar definitivamente la luz verde, el disco duro de Lucio Costado ha dicho adiós con un cálido borbotón de sangre. Un fino reguero asomándose desde la entrada USB. El aparato ha salivado rojo y espeso, como el tomate de la sartén cuando hace burbujas. Elegir un ataúd adecuado se ha traducido en vaciar, calibrar las medidas y volver a rellenar las dieciséis cajas de madera que usa a modo secadero. La caoba, de color rojizo oscuro y con un grabado a mano que dice Real Flavour, ha optado al premio de servir para siempre como tecnoféretro. Tras varias rondas de casting lo ha conseguido. Antes de introducir el cuerpo de la máquina en el interior de su seco y oscuro destino, Lucio Costado ha debido pasarle el trapo y arrancar los restos pegados de sangre con las uñas. Nadie merece toda una eternidad de manchas globulares: así podría resumirse la sentencia ética de L.C. Ahora prepara todo lo indispensable para un ritual que, de hacerlo sin compañía y en mitad de la noche, podría ser asimilado como aquella práctica que designa un nuevo ciclo vital en el desarrollo de cualquier hombre. Como tener que trepar un gigantesco árbol y pasar dos noches en la rama más alta. Como tener que resolver un koan generacional o cazar y cargar a la espalda un buen trofeo sin ayuda alguna. Así es como lo ve el joven que guarda una linterna y un ataúd en su mochila. El único entierro del cual hubo participado fue el de una rata –mascota- grisácea, propiedad de Mofeta, una antigua y tóxica compañera de piso. Fue en el río. Recuerda cinco asistentes contándole a él, reunidos circularmente en torno a un mamífero y una microzanja. Hay un fotograma perteneciente a tal escena que asalta a su memoria: manos que arrojan, a ritmos intercalados, montones de tierra húmeda sobre un pequeño agujero. Algo raro y simbólico, firmado bajo el respeto poético que se reserva a quien todavía ama los restos sin vida de una bola peluda. Piensa en su antigua compañera de piso a la par que M, la nueva inquilina del zulo en el que vive, le advierte de la existencia de un pervertido que pasa sus horas muertas fotografiando desde su webcam todo lo que se va encontrando. Desde foros insulsos a escenas extra muy cotizadas en el mundo del anime. Dice -y subraya- que aquel tipo capturó su cara ojerosa de no-sueño, de no-vida. Estaba degustando esa nueva y potente mierda, ya sabes, la que cocinan en el aula 5 la Facultad de Audiovisuales, joder, producen el mejor glitch de toda la ciudad, con todos esos aparatos de hardware… ¡Así hasta yo podría cocinarlo! La cosa es que estaba entrando en esa sensación de mariposas y ruidos internos cuando de repente apareció, ¡apareció Lucio! ¡La leyenda del fotógrafo-fantasma que circula por la red es cierta! El futuro enterrador que tiene delante asiente con expresión de no querer asistir a una extensión de los dominios de sus palabras. Cierra la puerta del cuarto de M, apaga el flexo, enciende un cigarro y desciende por las escaleras del portal dormido.


2
Has sido seleccionado para acudir a una de las mayores y más épicas fiestas de cumpleaños de toda la ciudad. Esta tarjeta te permitirá optar a una barca de cuatro plazas o a un patinete acuático de dos. Si la presentas antes del día 7 recibirás un kit de supervivencia que consta de: una cacerola, dos pistolas de agua, una brújula, tres paquetes de chocolatinas Kit-Kat y un conjunto de toallas medianas. Puedes traer cañones de pelotas, botes salvavidas o redes de pesca, lo que sea con tal de tirar de la nave a tus adversarios y convertirlos en sujetos-rehenes. La ceremonia tendrá lugar el día 14 en la orilla oeste del río. 18:00 horas. Previa confirmación de asistencia. 9-53456-293200


3
Cosas que ya no existen

Cavé la tumba para el cadáver exangüe de mi disco duro.
Pasada la medianoche, un martes que nunca -¿debió?- existió -¿existir?-.
Me llené las uñas de tierra orgánica y plástico.
De elementos en proceso de descomposición.

Y cosas que ya no existen desde entonces me saludan.
Frases, Escenas y Compases.
Spinoza, porno y Trent Rednord.
Pessoa, una final de fútbol del 82 y Venetian Snares.
Fragmentos del Todo que almacené en menos de tres terabytes.

Y cosas enterradas desde entonces que me piensan,
que me sienten.
O tal vez yo, en contra de mi voluntad y de mi querer, las piense a ellas,
las sienta y,
como en un sueño tibio, inconsciente, las solicite.
Impuestas, asignadas a mí, negando la condición de mi libre arbitrio.

Es como si mi disco duro fuese un bloque del conjunto de edificios de mi memoria.
Como si de una prótesis neuronal yo fuese experimento.

Es como si alguien lo hubiese desenterrado y,
una vez reparado, una vez reconducido,
una vez que hubiese abierto cualquier carpeta,
una vez que hubiese pulsado cualquier icono,
cualquier archivo,
configurara una posibilidad entre mil millones
de tornar real y verdadera
la conexión a priori imperceptible entre cosas que ya –tanto física como virtualmente-     
no existen
y mi memoria aturdida.
Lucio Costado, Cuaderno amateur de poesía pospubescente.



4
Ha pasado, o parece haber pasado, una semana ya desde que el estudiante de Bellas Artes, de nombre Lucio Costado, enterrara el cadáver de su disco duro. Han sido seis, siete u ocho días en los que la cafetera no ha parado de temblar, en los que las horas de sueño se han administrado con la misma astucia con la que opera en tiempos de crisis un economista gordo y judío. Han sido seis, siete, tal vez ocho noches en las que la información recogida no contaba para nada, en las que todo lo que iba procesando –ya fuesen ensayos, problemas lógicos o altas dosis de telebasura- Lucio Costado iba a parar a Ninguna Parte. No es que L.C. muestre deficiencias para asimilar conceptos ni que la información que filtre –o intente filtrar- derive en una evaporación inmediata. No. Más bien puede decirse que las carreteras sobre las que la información conduce han virado el rumbo. El lugar de destino, Lucio Costado, debe seguir entendiéndose como Lucio Costado, invariable, el mismo. Pero el origen, el sitio de partida, ha dejado de ser el foco de atención al cual el sujeto atiende –ya sean libros, pantallas o altavoces- para pasar a ser un punto indefinido y probablemente lejano, quizás a miles de kilómetros de él, a lo mejor en un apartamento sin amueblar de la zona este en el que trafican con piezas de computadoras; puede que sea desde uno de los cientos de cibercafés arruinados cuyo inevitable cierre invitó a patrullas de mercenarios digitales a instalarse en ellos bajo calidad de ocupas; incluso desde cualquier laboratorio musical de glitch instalado en una caravana aparcada en mitad de un secarral en Ninguna Parte. Estas y muchas otras hipótesis han hecho de Lucio Costado un ser consternado por una más que cuestionable salud mental y experimentador de una definitiva sensación de autoimposición informativa. Hasta ha desarrollado una extraña y melancólica dependencia hacia el dispositivo que perdió hace una semana: quiere saber si realmente todos esos fragmentos que -mañana y noche, mediodía y atardecer- siguen estrellándose, arremetiendo contra la superficie de su consciencia, forman parte o no de la máquina. Quiere saber si todos esos granitos de arena de archivos que almacenaba en su disco duro forman parte de su identidad. Ha llegado a pensar que él, en sí, es uno de los millones de pedacitos de archivos que conforman la identidad de aquel aparato. Porque enjuagarse la boca significa oír un piano y las manos percusionistas de Chip Corea. Porque cada vez que su paladar saborea un trozo de carne poco hecha resuenan palabras olvidadas de una novela -¿era Cronicas Marcianas?- de Ray Bradbury. Tender la ropa se traduce como previa visualización de un diagrama de Venn cuyo razonamiento es correcto. Cambiar de canal es mezclar las imágenes y sonidos del televisor con imágenes y sonidos de un videoclip de Chris Cunninghan. Poemas de Novalis. Grafitis del Niño de las Pinturas. Sinfonías de Schubert. Cajas acuáticas y reverberación sintética de un sitar. Matemáticas transfinitas. Oleos de Rothko. Apuntes de teoría de la sociedad. Frases de Ian Sinclair. Carátulas de videojuegos. El tanga de Flex Mentallo. Un documental de found footage  en donde se exhiben fotogramas expuestos a condiciones climatológicas deteriorables. Cosas que, pese al fallido intento de restarles importancia, van ganándose poco a poco una razón de ser dentro de la identidad de Lucio Costado.  



5
El río es un no-lugar. Semejante al estilo de carreteras secundarias o habitaciones desinfectadas de hoteles de tres estrellas. Comparte estructura con espacios de la talla de centros comerciales o tiendas minimalistas de telefonía y comunicación. Los dominios de todos estos sitios tienen en común la total privación, anulación y despersonalización de la identidad humana. La gente pasea por el río exactamente igual que cruza un paso de cebras. La transitoriedad es la misma. Al atardecer, si te fijas, puedes ver cuerpos que caminan indiferentes y sin dirección alguna, desconectando, a cada paso que dan, las interfaces de pensamientos cotidianos y ruidosos hasta el extremo de configurar un extenso mapa blanco, lúcido y borrosamente blanco, en sus cabezas vacías. Nadie presta cuidado ante la belleza del rocío. Nunca verás a nadie fingir con la vista en un punto fijo del fluir del cauce. No hay miradas de deleite estético para con el cielo infinito. Todo el mundo tiene la cabeza entonada hacia abajo, como siguiendo un sendero de migas doradas. No pensar; no decir; no actuar. Metodología-borrador del no-lugar. La dificultad de articular toda una suerte de emociones, reflexiones o juicios va, como el estómago de una serpiente después de un gran festín, aumentando progresivamente conforme más y más te internas en el corazón de la maleza. Vacío. Tu identidad hueca. Algo de esto intuye pero no puede expresar Lucio Costado, ni por asomo, ni aun coordinando la placa base de la concentración ccon la forma y estructura del obrar especulativo. El cuerpo de insectos voladores y la cabeza de espigas rozan sus rodillas y gemelos. Si siguiésemos con un puntero láser el recorrido trazado por nuestro protagonista, advertiríamos el dibujo caótico y desmedido de un cuerpo-móvil que, en poco menos de hora y media, ya ha transitado –tres veces- por el punto estratégico en el cual -ahora mismo- se sitúa. Es el árbol que usó como respaldo para fumar tabaco silenciosamente. Podría quedarse allí y dormir, en definitiva paz e indiferencia, para siempre. Sin frases; sin escenas; sin compases. Pero hay cierto asunto a tratar y que no admite demora: desenterrar el cuerpo sin vida de su disco duro, entendido, después de casi dos semanas de angustiosa e ineludible recepción informativa, como uno de los bloques de edificios del conjunto de su memoria aturdida, amputada. Rescatar todos esos segmentos culturales, académicos y artísticos que ya no posee y que sin embargo acuden a él regularmente como parejas de adventistas una vez que –por compromiso espiritual- les has abierto la puerta de tu casa: ese es el propósito. No pensar; no decir; no actuar. Metodología-borrador del no-lugar en que se encuentra.
    


6
Como los pocos y desocupados días del Año de Erasmus empezaban a expirar y como dos semanas atrás había recibido una misteriosa carta de invitación a un supuesto cumpleaños hiperbólico, Steam van Humboldt decidió plantarse, sin ningún tipo de compañía, a las 18:00 horas en la orilla este del río. El aburrimiento solía ser desesperante en aquellos días de exámenes en los que no había rastros de estudiantes por las calles de aquella ciudad universitaria. Su plan de estar presente a las 18:00 se vio trastocado con cuarenta y cinco minutos de retraso debido a una parada por el skate-park para coger algo de glitch. Y como había llegado tarde y no conocía a nadie y el glitch dificultaba su habla y no tenía cacerolas, gafas de buzo ni de laboratorio, pistolas de aguas rellenas de salfumán, aletas o redes de pesca, fue asignado a un patinete acuático de dos plazas junto a un chico marroquí cuya habilidad para nadar en el agua era directamente proporcional al número -podrían contarse con una mano- de chapuzones veraniegos en vida. Steam van Humboldt, gracias a su pésimo nivel de español, pudo sobrentender que el responsable de aquella congregación de setenta y cuatro personas era un hombre con gorra de capitán que te decía en qué nave –barca o patinete- debías situarte, que aproximadamente cumpliría treinta años de edad, sin pelo en la superficie de la cabeza pero con pelo largo, rubio y greñoso en la parte trasera. El hombre con gorra de capitán explicó a Humboldt que el juego consistía en una batalla naval –su sueño era pura, absurda y romana naumaquia: recrear una especie de Lepanto ridículo- y que ganaba la última embarcación que quedase en pie con al menos uno de los tripulantes. Como el barco-patinete de Humboldt y el chico marroquí no estaba apenas equipado con armas –el hombre con gorra de capitán al ver que no habían traído absolutamente nada les proporcionó una red de pesca y una cacerola que al poco de adentrarse en agua se les cayó para sumergirse y desaparecer- y como ni Humboldt ni el chico marroquí tenían conocimientos de navegación o lucha en agua y como el glitch y un pésimo español impedía la comunicación entre ambos, la situación en menos de cinco minutos fue propensa a más de un abordaje: una barca de cuatro tripulantes que de un remazo en la sien tiraron al chico marroquí y lo capturaron se impuso a una carabela-patinete que a su vez les lanzaba globos de agua rellenos de aceite, chocolatinas Kit-Kat derretidas y excrementos de gato. Steam van Humboldt, tras haber estado practicando ciclismo en un equipo finés de ligas minoritarias durante seis años de su vida y haber llegado a cosechar duros gemelos y unas enormes piernas depiladas, pudo escapar de la encrucijada de piratas y pedalear y pedalear y pedalear hasta perderse por aguas semejantes a las de los bayous que se ven por Luisiana. Perderse y perderse y perderse hasta que sólo le quedó una última dosis de glitch que quiso compartir con Lucio Costado cuando, habiendo estado desorientado a la deriva sobre aguas que a momentos aceleraban su ritmo sanguíneo, pudo atisbarle situado en un pequeño promontorio dando vueltas en círculo y mirando hacia el suelo. Y como Lucio Costado estaba política y perversamente conmocionado por haber encontrado la tumba de su disco duro profanada y vacía, no dudó en acercarse al hombre que le lanzaba señales con los brazos y subirse al patinete y mirar hacia todos los lados mientras Steam van Humboldt intentaba sin éxito aparente narrarle toda esta historia. Y como la comunicación volvía a ser nula y cada uno buscaba cosas distintas –uno encontrar su disco duro y otro no se sabe muy bien qué-, tras haber caído los últimos rayos de sol y haber medio pactado entre ambos que se bajarían del patinete, en un tonto descuido en que uno intentaba articular oraciones gramaticales correctas y el otro seguía mirando la superficie del suelo, al pisar tierra y bajar de la nave, fueron asaltados por seis de los ochos miembros de una tribu de indios-punks salidos de entre los juncos. Y como Steam van Humboldt se puso nervioso cuando le robaron la última dosis de glitch que había decidido reservar al llegar a tierra segundos después de que L.C. respondiera –con manos y cara- negativamente a su oferta de consumo ilegal de droga, los indios-punks decidieron tirarlo al río y dejar que se ahogara, que flotase.


7
La leyenda de los indios-punks ha estado marcada desde el comienzo por los elementos naturales, dice la voz seca, seria y como travestida del hombre con gorra de capitán. La hoguera ilumina su cara al tiempo que descubre con cierto aire de vejez varios puntos sombreados de la misma. Hay aproximadamente treinta chavales alrededor del fuego que atienden con expresión saudadosa. Muchos de ellos tienen las piernas magulladas y el abdomen demolido. Parece una de esas escenas de boyscouts en las que se quema malvavisco y se cuentan historias imposibles, imperecederas. Fuego, Aire, Tierra y…Agua, repite así dos veces y, entre palabra y palabra, parecido a un cuentacuentos de Arabia o un presentador de programa que trata de asuntos paranormales, va lentificando la velocidad de las mismas hasta que derivan en una pausa ni demasiado larga ni demasiado corta que hace que los más pequeños asientan la cabeza con intensidad, puede que con miedo. Habla: la leyenda cuenta la historia del Fuego, de cómo fue invocado mediante el ritual de no apagar correctamente una colilla de tabaco belga, de cómo destruyó el hogar ocupado por la tribu de indios-punks, soles atrás, cuando todavía vivían en la ciudad. Dicen que las llamas consumieron todo lo que tocaron, que se posaron sobre la piel de mujeres y niños. Creedme, escuché de primera mano el testimonio de una anciana que confesó asomarse por la ventana y ver correr por la carretera a un indio-punk envuelto en llamas. Si os describiesen el olor que quedó adherido a los quioscos y farolas después del incendio no volveríais a masticar varitas rebozadas de merluza en bastantes días. El chico marroquí oye ruidos aunque, pétreo, no indaga ni atiende a susurros de hojas crujientes a su alrededor ni a ecos de chapoteos en el agua que duran menos de dos segundos: resulta inaccesible dejar de mirar al hombre con gorra de capitán. Habla: si el Fuego les arrebató su propiedad, el Aire todopoderoso condujo al pueblo-indio-punk-elegido a la Tierra Prometida. Les orientó, mis pequeños corsarios, hasta este lugar…sí  Fred, sí, aquí: el río. Cuenta la leyenda y ahora lo cuento yo, que, la misma noche en que se incendió el hogar ocupado por los indios-punks, los habitantes de esta ciudad fueron testigos de la presencia de un aire plomizo que se levantó con rencor y que estuvo aullando durante semanas. De Fuego a Aire. Leí en una ciudad-blog que el Aire les concedió lo que el Fuego quiso arrebatarles. Que siguieron su dirección como si fuese un Moisés-no-humano en el desierto de las afueras de la ciudad, hasta llegar a internarse dentro de un núcleo compuesto por maleza y aguas pantanosas, exactamente en la orilla oeste, exactamente D. Extreme, justo en la otra punta respecto a nuestra posición…somos, podría decir ahora mismo y no quiero asustaros, como la cara B de semejante tribu. Sus extraños. Sus forasteros. Sus otros. D. Extreme, un joven que devora rebanadas de nocilla cuando llega más tarde de las once y que ahora está cagado de miedo por lo que el hombre con gorra de capitán acaba de decir, cree -o piensa haber creído- escuchar ruidos en el agua. El hombre con gorra de capitán no  da muestras de nerviosismo, pero tiene fe de que lo que cuenta no es una historia inventada. Habla: dicen, y esto supongo que pertenece al género de fábulas urbanas, que la Tierra pudo alimentarles durante algunos días. Que se desconoce cómo. Unos pocos inventan chistes en donde siempre aparecen indios-punks en condiciones precarias comiendo y chupando tierra. De Aire a Tierra. Y de Tierra a Agua,  diosa que se encargó de cerrar el círculo de esta mitología: los encerró, los arrinconó, los aisló, los candó, los aprisionó, los recluyó, los puso en cuarentena. Cuatro, ni más ni menos que cuatro días después de que llegaran, diluvió de un modo tan salvaje como para hacer que subiese el nivel del agua hasta puntos inimaginables. Y ahora, como una especie de micronación sometida por fuerzas naturales, viven enclaustrados en aproximadamente treinta metros cuadrados, dentro de un tipi que fabricaron con troncos y pieles de perros famélicos. Silencio. Quiero silencio. ¿Oís?... Dicen que si oyes chapoteos…burbujas o golpes secos en el agua, tienes que ser consciente del aviso: Agua. La Reina de este sitio. La que cerró el Ciclo y quedó dueña. Última. Reina Agua.


8
Lo que acaban de presenciar el grupo de corsarios-boyscouts y el hombre con gorra de capitán es cierto. Pero no a la manera mítica que con anterioridad se narró. Esto es real. Llámalo realidad. Realismo si quieres ponerte académico. Pseudorealismo tal vez, en calidad de detractor. Titúlalo: Sci-Fi light. Circunstancias que inspiraron a los narradores de nuestras vidas. Pero eso es otra historia. Lo que aquí nos interesa es saber qué demonios ha sonado en el agua. Puede que sea un epiléptico pez acomplejado o puede que no sea nada. No me andaré con rodeos: se trata, y esto va muy en serio, de Hannibal, un indio-punk que es capaz de ahogar su cabeza rapada en el agua o cualquier líquido, vociferar bajo ella/ello y que suene casi más alto que tu propio grito si te lanzas al vacío. Pero no está con la cabeza sumergida ni debajo del agua, tranquilo. Rema en una K-1 desde millas lejanas: su hogar ocupado queda pasada la frontera. No es un héroe ni nada por el estilo. No pienses que va a rescatar a la tribu de indios-punks que aparentan ser felices en su laboratorio de tipi pero que en el fondo conspiran por salir de allí. No. Ellos están muy felices y conspirados como para que eso suceda. Lo que sí que sucede es que estamos a punto de ser testigos de un ejercicio básico –y por tanto rudimentario- de trueque. Hannibal rema millas y millas y millas una vez por semana en una mono-canoa provista de comida, sustancias de entretenimiento y ocasionalmente cualquier aparato o instrumento que le sea solicitado vía móvil. Porque Hannibal busca –inevitablemente- glitch, como todos. Un glitch artesanal de la más pura tierra y de uno de los mejores programas software de Edición Musical para Cultivo de Exterior. El trueque es sencillo. Hannibal rema y rema y rema hasta llegar a la orilla este del río y lanzarles el fardo a una distancia prudente para no ser atacado por cualquier indio-punk feliz y conspirado que quiera salir de allí a toda costa. Después grita y retumban los árboles, como aviso, como cuando timbra el cartero. Y en menos de dos minutos siempre aparecen dos miembros de la comunidad preliberada y posencadenada del río. A cambio ellos le pasan por móvil una canción semanal cocinada a base de ondas solfeggio en frecuencias diseñadas para hacer que Hannibal experimente simulaciones sensoriales cercanas a los estímulos terroríficos de una situación predeterminada por parámetros tan desgarradores como para llegar a recrear lo que sentiría un soldado en una hipotética tercera guerra mundial. Ese es el trueque: comida y enseres por droga. Hannibal nunca suele remar de noche pero esta semana ha derivado en, podría suavizarse, un picor emocional áspero, lento, rabioso y malhumorado. Esto, sumado al viaje agotador –al principio eufórico por ir de compras pero a medida que remaba algo más insoportable-, hace que ahora mismo lance el fardo con las manos vibrantes y con ríos de sudores en su cara del tamaño de los que produce, cuando llora, un obeso. Grita como un dinosaurio en celo y espera a que acudan. Esta vez son Filtro y Birra, las últimas dos incorporaciones, los novatos; pero de eso hace ya casi año y medio. Hannibal los conoce bien: tocaron juntos en un grupo de dog-core cuando bebían del vaso -medio lleno- de sus dieciséis años. Ellos fueron quiénes lo pusieron al tanto de lo que allí se cocinaba. Hannibal los conoce bien: sabe que buscan lo que buscan, esto es, la libertad de quién está encerrado. Eso y el glitch, por supuesto. Pero eso es otra historia. Hannibal sabe que en cuarenta segundos aproximadamente comprobarán que está todo para seguidamente lanzarle un pequeño chivato con cogollos de glitch. También sabe que diez minutos más tarde comenzará la transferencia de archivo musical vía móvil [1]. Pero lo que no sabe nuestro hombre es que esta noche Filtro, Birra, Winston, Roca, Billy Corsario, Guerra, el Golem y Doc. Dude tienen un nuevo invitado, estudiante de Bellas Artes y de nombre Lucio Costado.

[1] Todas las canciones empiezan siempre por la palabra Hannibal. Esta vez la pista se titula Hannibal siente una molesta pero reconfortante piedrecita dentro de su zapato.

9
Todo aquel que esté metido en la producción drogo-musical de glitch conoce los puntos de venta ilegales de esta ciudad en los que se comercia con CD’s de edición software y toda una suerte de variedad en lo que a cogollos resinosos –cuyo aroma oscila sobre una rara combinación de metal y madera- respecta. Si eres uno de esos consumidores esporádicos o nóveles o eres nuevo en la ciudad o eres turista o no sabes de qué va el asunto, puedes localizar fácilmente a los niños-rata en el Paseo Central, entre los callejones de la zona monumental y también debajo del antiguo Puente Romano. Se pueden considerar estos puntos geográficos como la base piramidal del monstruo retroalimentativo de la droga. La plebe. El populacho. La suciedad barriobajera. Si subes de escalón y te sitúas en un perímetro que delimita con lo peor y lo mejor, con lo cualitativamente exquisito y lo esencialmente repugnante, evidentemente estarás dentro del campo de operaciones de vendedores intermediarios, gente que únicamente compra la sustancia orgánica y raras veces comercia con la software. La clase media. El pilar que sustenta la pirámide. La masa. Nobles que compran grandes cantidades al por mayor y que poco a poco, a medida que se acerca el verano y va desapareciendo la oferta, encarecen el valor del producto. Aquí todo el mundo sabe que los intermediarios nunca tienen un punto fijo de residencia y que tienes que llamarles al móvil para ubicar las coordenadas de su posición. En la cúspide, rozando el vértice, quedan los productores. La realeza. El poderío. La alta cuna. Reyes feudales cuyos traseros se acomodan en los tronos de laboratorios clandestinos, de cultivos interiores asfixiantes y con luces de más de seiscientos vatios de potencia, así como ordenadores conectados por un cableado compuesto a base de plástico y raíces orgánicas. Cualquier consumidor que sepa distinguir entre un glitch de primera y uno de tercera, entre cogollos turquesas adamantinos y alfalfa seca y mustia, conoce de primera mano la ley según la cual todo sistema social queda supeditado al control de escasos representantes. No hay que ser muy espabilado para entender que, como en una especie de reparto jerárquico y platónico, son pocos los que cumplen con el papel de rey, escasos los destinados a nacer bajo el sello de productores. Esto, para el sujeto consumidor estándar, no representa otra cosa que: poco material de buena calidad disponible para el reino. Doc. Dude, el encargado de dirigir la empresa de producción artesanal de la zona del río, sabe de lo que estoy hablando. Cultiva una mierda que entra, sin discusión posible, en el top ten de los mejores platos fumables y audibles. Hace seis años que salió de la cárcel por acumular kilos y kilos en una caravana estacionada en mitad del desierto de Atacama. Estar al servicio de hombres sosegados pero incómodamente peligrosos ha hecho de Doc. Dude un tipo cuya habilidad para solucionar problemas internos dentro del grupo signifique validez y fuente de garantía de altos porcentajes de conformidad colectiva. Después de haberse rascado la patilla derecha y chupar la entrada USB de un cable que le cuelga de una de sus dos rastas, ha dictado las siguientes dos sentencias: 1) que Roca y Billy el Corsario zarparán al amanecer con el patinete acuático de dos plazas para saquear y violar todo lo que encuentren a su paso. La prescripción tácita o quintaesencia a seguir es, pase lo que pase, regresar sí o sí. El resto de la letra pequeña de la cláusula dice que tienen que volver antes de dos días, que todo lo que encuentren pertenecerá a la comunidad y que la prioridad de objetos a robar son: provisión de birra, calimocho y LSD, auriculares-electrodos y paquete de CD’s vírgenes. Pueden joder cuantas mujeres u hombres deseen. 2) que Lucio Costado, al haber asegurado que no mantenía otra relación con el individuo extranjero ejecutado que la de la mera aleatoriedad producida cuando dos sujetos X se encuentran en mitad de un camino, puede decidir entre vivir en paz y armonía y felicidad y conspiración con ellos o morir ahogado por exceso de agua en el cuerpo. Aparte de no querer compartir el destino de Steam Van Humboldt, Lucio Costado ansía recuperar el difunto cuerpo de su disco duro. No sabemos si puede en el corazón de este no-lugar, pero de hacerlo, únicamente pensaría en encontrarlo y abrazarlo contra su pecho, como una madre alucinada que desentierra el cuerpo de su hijo y lo abraza y se mancha de tierra. Este fervoroso dolor y deseo ha hecho que Lucio Costado sea aceptado como parte de la manada. Tendrá lugar un festín en el que se desatará la realización de varios rituales arquetípicos posmodernos, en el que se bailará con la mano abierta puesta encima de la cabeza y moviendo el cuerpo de a delante y hacia atrás, en el que la música, los auriculares-electrodos, las frecuencias solfeggio, el humo de los cigarros sustanciados y demás aditivos jugarán un papel crucial en la configuración de un estado extático con extra de todo en la cabeza de cada uno de los asistentes. Que precisamente dicho colocón, una vez que degenere en los primeros rayos del Sol, vendrá a ser como la carta guardada debajo de la manga de Lucio Costado, ya que entrará al tipi y verá los restos de la fiesta, la gente tirada en el suelo, algunos todavía alucinando y chupando USB y escuchando uno de los mejores temas musicales que se producirán en la historia del glitch y entonces, siendo todo esto premeditado, husmeará entre todo el equipo para ver si ha sido su nueva familia desestructurada la responsable de haber desenterrado, reparado y reutilizado el cuerpo frankesteniano de su disco duro. Lo raro de esta historia se manifestará en el momento en que un L.C. intranquilo, chasqueado tras haber movido cielo y tierra y no haber dado con lo que quería dar, decida desconectar el disco duro de la comunidad de indios-punks así como el equipo de música. Sí. Lucio Costado, como uno de esos adictos que han perdido el norte de sus decisiones más cabales, robará el disco duro   –que no es el suyo- de sus nuevos colegas y saldrá corriendo, perseguido por zombis. Cuerpos sin vida en el suelo reaccionarán como muertos vivientes a los que se les acaba de robar el último avituallamiento de comida-cerebro y perseguirán lentamente a Lucio Costado, el cual, en un ataque de histeria y desesperación, emprenderá una huida por los alrededores del campamento-tipi. Llegará a verse acorralado entre indios-punks-zombis y agua y más agua. O morir por mordiscos de mutantes o morir arrastrado por la corriente, ese será el último pensamiento de Lucio y, sin poder pensárselo siquiera una vez, meterá los pies en la orilla para cruzar el río nadando. Lo verdaderamente extraño de esta historia podrá apreciarse cuando nuestro protagonista crea que se va ahogar en un intento dubitativo por arrojarse al cauce, intento en el que experimente que el nivel del mismo únicamente cubre hasta las rodillas. ¡Putos colgados!, gritará Lucio. Los indios-zombis-punks verán a Jesucristo caminar por encima de las aguas y, parecido a un pueblo que acaba de encontrar a una especie de mesías desilusionado, le seguirán con los ojos rojos y cerrados, hundiéndose –como por una camisa de fuerza o una violación o un abrazo de Poseidón- y flotando entre espasmos, gritos y llamadas de socorro, tal y como lo hizo horas atrás el estudiante de erasmus Steam Van Humboldt. Muertos. Ahogados.            





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