22.8.12

LONG ISLAND II





Que ella se haya quedado dormida no es condición suficiente para que el televisor que la vigila frene su ritmo, su cadencia: sus movimientos. La pared amarilla del salón nunca ha sido tan amarilla en plena oscuridad de salón de medianoche. Sobre ella se proyectan, lumínicamente hablando, parpadeos de color blanco y azul celeste. Parece que las imágenes se imprimen en ella o que ella es un espejo de carne. Sobre su cuerpo tumbado se dibuja una película de asesinatos que arrastran, al igual que en una verborrea ensayada o una suma teológica, multitud de asesinatos. Long Island como escenario para el desarrollo. Las imágenes hablan, y no es relevante que haya o no haya gente observándolas, por sí solas. Son aún más puras [ahora que ella duerme] porque no existe ningún marco teórico burbujeando en el aire vicioso del salón amarillo. Porque no hay mente posible operando sobre las mismas. Hablan por sí solas y ella duerme, atenta o no a las imágenes de la película de sus sueños y que de igual manera hablan por sí solas. No importa si ella las observa o no las observa. Si las observó [pasado] o no las observará [no-futuro]. No importa. Suenan risas en off procedentes de la teleserie a la que atienden y se destronchan [artificialmente] varios actores secundarios de la película. Y ella se estremece.




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