28.7.12

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1
Después de unos cuantos ruidos intestinales y algo de dramatismo a la hora de apagar definitivamente la luz verde, el disco duro de Lucio Costado ha dicho adiós con un cálido borbotón de sangre. Un fino reguero asomándose desde la entrada USB. El aparato ha salivado rojo y espeso, como el tomate de la sartén cuando hace burbujas. Elegir un ataúd adecuado se ha traducido en vaciar, calibrar las medidas y volver a rellenar las dieciséis cajas de madera que usa a modo secadero. La caoba, de color rojizo oscuro y con un grabado a mano que dice Real Flavour, ha optado al premio de servir para siempre como tecnoféretro. Tras varias rondas de casting lo ha conseguido. Antes de introducir el cuerpo de la máquina en el interior de su seco y oscuro destino, Lucio Costado ha debido pasarle el trapo y arrancar los restos pegados de sangre con las uñas. Nadie merece toda una eternidad de manchas globulares: así podría resumirse la sentencia ética de L.C. Ahora prepara todo lo indispensable para un ritual que, de hacerlo sin compañía y en mitad de la noche, podría ser asimilado como aquella práctica que designa un nuevo ciclo vital en el desarrollo de cualquier hombre. Como tener que trepar un gigantesco árbol y pasar dos noches en la rama más alta. Como tener que resolver un koan generacional o cazar y cargar a la espalda un buen trofeo sin ayuda alguna. Así es como lo ve el joven que guarda una linterna y un ataúd en su mochila. El único entierro del cual hubo participado fue el de una rata –mascota- grisácea, propiedad de Mofeta, una antigua y tóxica compañera de piso. Fue en el río. Recuerda cinco asistentes contándole a él, reunidos circularmente en torno a un mamífero y una microzanja. Hay un fotograma perteneciente a tal escena que asalta a su memoria: manos que arrojan, a ritmos intercalados, montones de tierra húmeda sobre un pequeño agujero. Algo raro y simbólico, firmado bajo el respeto poético que se reserva a quien todavía ama los restos sin vida de una bola peluda. Piensa en su antigua compañera de piso a la par que M, la nueva inquilina del zulo en el que vive, le advierte de la existencia de un pervertido que pasa sus horas muertas fotografiando desde su webcam todo lo que se va encontrando. Desde foros insulsos a escenas extra muy cotizadas en el mundo del anime. Dice -y subraya- que aquel tipo capturó su cara ojerosa de no-sueño, de no-vida. Estaba degustando esa nueva y potente mierda, ya sabes, la que cocinan en el aula 5 la Facultad de Audiovisuales, joder, producen el mejor glitch de toda la ciudad, con todos esos aparatos de hardware… ¡Así hasta yo podría cocinarlo! La cosa es que estaba entrando en esa sensación de mariposas y ruidos internos cuando de repente apareció, ¡apareció Lucio! ¡La leyenda del fotógrafo-fantasma que circula por la red es cierta! El futuro enterrador que tiene delante asiente con expresión de no querer asistir a una extensión de los dominios de sus palabras. Cierra la puerta del cuarto de M, apaga el flexo, enciende un cigarro y desciende por las escaleras del portal dormido.


2
Has sido seleccionado para acudir a una de las mayores y más épicas fiestas de cumpleaños de toda la ciudad. Esta tarjeta te permitirá optar a una barca de cuatro plazas o a un patinete acuático de dos. Si la presentas antes del día 7 recibirás un kit de supervivencia que consta de: una cacerola, dos pistolas de agua, una brújula, tres paquetes de chocolatinas Kit-Kat y un conjunto de toallas medianas. Puedes traer cañones de pelotas, botes salvavidas o redes de pesca, lo que sea con tal de tirar de la nave a tus adversarios y convertirlos en sujetos-rehenes. La ceremonia tendrá lugar el día 14 en la orilla oeste del río. 18:00 horas. Previa confirmación de asistencia. 9-53456-293200


3
Cosas que ya no existen

Cavé la tumba para el cadáver exangüe de mi disco duro.
Pasada la medianoche, un martes que nunca -¿debió?- existió -¿existir?-.
Me llené las uñas de tierra orgánica y plástico.
De elementos en proceso de descomposición.

Y cosas que ya no existen desde entonces me saludan.
Frases, Escenas y Compases.
Spinoza, porno y Trent Rednord.
Pessoa, una final de fútbol del 82 y Venetian Snares.
Fragmentos del Todo que almacené en menos de tres terabytes.

Y cosas enterradas desde entonces que me piensan,
que me sienten.
O tal vez yo, en contra de mi voluntad y de mi querer, las piense a ellas,
las sienta y,
como en un sueño tibio, inconsciente, las solicite.
Impuestas, asignadas a mí, negando la condición de mi libre arbitrio.

Es como si mi disco duro fuese un bloque del conjunto de edificios de mi memoria.
Como si de una prótesis neuronal yo fuese experimento.

Es como si alguien lo hubiese desenterrado y,
una vez reparado, una vez reconducido,
una vez que hubiese abierto cualquier carpeta,
una vez que hubiese pulsado cualquier icono,
cualquier archivo,
configurara una posibilidad entre mil millones
de tornar real y verdadera
la conexión a priori imperceptible entre cosas que ya –tanto física como virtualmente-     
no existen
y mi memoria aturdida.
Lucio Costado, Cuaderno amateur de poesía pospubescente.



4
Ha pasado, o parece haber pasado, una semana ya desde que el estudiante de Bellas Artes, de nombre Lucio Costado, enterrara el cadáver de su disco duro. Han sido seis, siete u ocho días en los que la cafetera no ha parado de temblar, en los que las horas de sueño se han administrado con la misma astucia con la que opera en tiempos de crisis un economista gordo y judío. Han sido seis, siete, tal vez ocho noches en las que la información recogida no contaba para nada, en las que todo lo que iba procesando –ya fuesen ensayos, problemas lógicos o altas dosis de telebasura- Lucio Costado iba a parar a Ninguna Parte. No es que L.C. muestre deficiencias para asimilar conceptos ni que la información que filtre –o intente filtrar- derive en una evaporación inmediata. No. Más bien puede decirse que las carreteras sobre las que la información conduce han virado el rumbo. El lugar de destino, Lucio Costado, debe seguir entendiéndose como Lucio Costado, invariable, el mismo. Pero el origen, el sitio de partida, ha dejado de ser el foco de atención al cual el sujeto atiende –ya sean libros, pantallas o altavoces- para pasar a ser un punto indefinido y probablemente lejano, quizás a miles de kilómetros de él, a lo mejor en un apartamento sin amueblar de la zona este en el que trafican con piezas de computadoras; puede que sea desde uno de los cientos de cibercafés arruinados cuyo inevitable cierre invitó a patrullas de mercenarios digitales a instalarse en ellos bajo calidad de ocupas; incluso desde cualquier laboratorio musical de glitch instalado en una caravana aparcada en mitad de un secarral en Ninguna Parte. Estas y muchas otras hipótesis han hecho de Lucio Costado un ser consternado por una más que cuestionable salud mental y experimentador de una definitiva sensación de autoimposición informativa. Hasta ha desarrollado una extraña y melancólica dependencia hacia el dispositivo que perdió hace una semana: quiere saber si realmente todos esos fragmentos que -mañana y noche, mediodía y atardecer- siguen estrellándose, arremetiendo contra la superficie de su consciencia, forman parte o no de la máquina. Quiere saber si todos esos granitos de arena de archivos que almacenaba en su disco duro forman parte de su identidad. Ha llegado a pensar que él, en sí, es uno de los millones de pedacitos de archivos que conforman la identidad de aquel aparato. Porque enjuagarse la boca significa oír un piano y las manos percusionistas de Chip Corea. Porque cada vez que su paladar saborea un trozo de carne poco hecha resuenan palabras olvidadas de una novela -¿era Cronicas Marcianas?- de Ray Bradbury. Tender la ropa se traduce como previa visualización de un diagrama de Venn cuyo razonamiento es correcto. Cambiar de canal es mezclar las imágenes y sonidos del televisor con imágenes y sonidos de un videoclip de Chris Cunninghan. Poemas de Novalis. Grafitis del Niño de las Pinturas. Sinfonías de Schubert. Cajas acuáticas y reverberación sintética de un sitar. Matemáticas transfinitas. Oleos de Rothko. Apuntes de teoría de la sociedad. Frases de Ian Sinclair. Carátulas de videojuegos. El tanga de Flex Mentallo. Un documental de found footage  en donde se exhiben fotogramas expuestos a condiciones climatológicas deteriorables. Cosas que, pese al fallido intento de restarles importancia, van ganándose poco a poco una razón de ser dentro de la identidad de Lucio Costado.  



5
El río es un no-lugar. Semejante al estilo de carreteras secundarias o habitaciones desinfectadas de hoteles de tres estrellas. Comparte estructura con espacios de la talla de centros comerciales o tiendas minimalistas de telefonía y comunicación. Los dominios de todos estos sitios tienen en común la total privación, anulación y despersonalización de la identidad humana. La gente pasea por el río exactamente igual que cruza un paso de cebras. La transitoriedad es la misma. Al atardecer, si te fijas, puedes ver cuerpos que caminan indiferentes y sin dirección alguna, desconectando, a cada paso que dan, las interfaces de pensamientos cotidianos y ruidosos hasta el extremo de configurar un extenso mapa blanco, lúcido y borrosamente blanco, en sus cabezas vacías. Nadie presta cuidado ante la belleza del rocío. Nunca verás a nadie fingir con la vista en un punto fijo del fluir del cauce. No hay miradas de deleite estético para con el cielo infinito. Todo el mundo tiene la cabeza entonada hacia abajo, como siguiendo un sendero de migas doradas. No pensar; no decir; no actuar. Metodología-borrador del no-lugar. La dificultad de articular toda una suerte de emociones, reflexiones o juicios va, como el estómago de una serpiente después de un gran festín, aumentando progresivamente conforme más y más te internas en el corazón de la maleza. Vacío. Tu identidad hueca. Algo de esto intuye pero no puede expresar Lucio Costado, ni por asomo, ni aun coordinando la placa base de la concentración ccon la forma y estructura del obrar especulativo. El cuerpo de insectos voladores y la cabeza de espigas rozan sus rodillas y gemelos. Si siguiésemos con un puntero láser el recorrido trazado por nuestro protagonista, advertiríamos el dibujo caótico y desmedido de un cuerpo-móvil que, en poco menos de hora y media, ya ha transitado –tres veces- por el punto estratégico en el cual -ahora mismo- se sitúa. Es el árbol que usó como respaldo para fumar tabaco silenciosamente. Podría quedarse allí y dormir, en definitiva paz e indiferencia, para siempre. Sin frases; sin escenas; sin compases. Pero hay cierto asunto a tratar y que no admite demora: desenterrar el cuerpo sin vida de su disco duro, entendido, después de casi dos semanas de angustiosa e ineludible recepción informativa, como uno de los bloques de edificios del conjunto de su memoria aturdida, amputada. Rescatar todos esos segmentos culturales, académicos y artísticos que ya no posee y que sin embargo acuden a él regularmente como parejas de adventistas una vez que –por compromiso espiritual- les has abierto la puerta de tu casa: ese es el propósito. No pensar; no decir; no actuar. Metodología-borrador del no-lugar en que se encuentra.
    


6
Como los pocos y desocupados días del Año de Erasmus empezaban a expirar y como dos semanas atrás había recibido una misteriosa carta de invitación a un supuesto cumpleaños hiperbólico, Steam van Humboldt decidió plantarse, sin ningún tipo de compañía, a las 18:00 horas en la orilla este del río. El aburrimiento solía ser desesperante en aquellos días de exámenes en los que no había rastros de estudiantes por las calles de aquella ciudad universitaria. Su plan de estar presente a las 18:00 se vio trastocado con cuarenta y cinco minutos de retraso debido a una parada por el skate-park para coger algo de glitch. Y como había llegado tarde y no conocía a nadie y el glitch dificultaba su habla y no tenía cacerolas, gafas de buzo ni de laboratorio, pistolas de aguas rellenas de salfumán, aletas o redes de pesca, fue asignado a un patinete acuático de dos plazas junto a un chico marroquí cuya habilidad para nadar en el agua era directamente proporcional al número -podrían contarse con una mano- de chapuzones veraniegos en vida. Steam van Humboldt, gracias a su pésimo nivel de español, pudo sobrentender que el responsable de aquella congregación de setenta y cuatro personas era un hombre con gorra de capitán que te decía en qué nave –barca o patinete- debías situarte, que aproximadamente cumpliría treinta años de edad, sin pelo en la superficie de la cabeza pero con pelo largo, rubio y greñoso en la parte trasera. El hombre con gorra de capitán explicó a Humboldt que el juego consistía en una batalla naval –su sueño era pura, absurda y romana naumaquia: recrear una especie de Lepanto ridículo- y que ganaba la última embarcación que quedase en pie con al menos uno de los tripulantes. Como el barco-patinete de Humboldt y el chico marroquí no estaba apenas equipado con armas –el hombre con gorra de capitán al ver que no habían traído absolutamente nada les proporcionó una red de pesca y una cacerola que al poco de adentrarse en agua se les cayó para sumergirse y desaparecer- y como ni Humboldt ni el chico marroquí tenían conocimientos de navegación o lucha en agua y como el glitch y un pésimo español impedía la comunicación entre ambos, la situación en menos de cinco minutos fue propensa a más de un abordaje: una barca de cuatro tripulantes que de un remazo en la sien tiraron al chico marroquí y lo capturaron se impuso a una carabela-patinete que a su vez les lanzaba globos de agua rellenos de aceite, chocolatinas Kit-Kat derretidas y excrementos de gato. Steam van Humboldt, tras haber estado practicando ciclismo en un equipo finés de ligas minoritarias durante seis años de su vida y haber llegado a cosechar duros gemelos y unas enormes piernas depiladas, pudo escapar de la encrucijada de piratas y pedalear y pedalear y pedalear hasta perderse por aguas semejantes a las de los bayous que se ven por Luisiana. Perderse y perderse y perderse hasta que sólo le quedó una última dosis de glitch que quiso compartir con Lucio Costado cuando, habiendo estado desorientado a la deriva sobre aguas que a momentos aceleraban su ritmo sanguíneo, pudo atisbarle situado en un pequeño promontorio dando vueltas en círculo y mirando hacia el suelo. Y como Lucio Costado estaba política y perversamente conmocionado por haber encontrado la tumba de su disco duro profanada y vacía, no dudó en acercarse al hombre que le lanzaba señales con los brazos y subirse al patinete y mirar hacia todos los lados mientras Steam van Humboldt intentaba sin éxito aparente narrarle toda esta historia. Y como la comunicación volvía a ser nula y cada uno buscaba cosas distintas –uno encontrar su disco duro y otro no se sabe muy bien qué-, tras haber caído los últimos rayos de sol y haber medio pactado entre ambos que se bajarían del patinete, en un tonto descuido en que uno intentaba articular oraciones gramaticales correctas y el otro seguía mirando la superficie del suelo, al pisar tierra y bajar de la nave, fueron asaltados por seis de los ochos miembros de una tribu de indios-punks salidos de entre los juncos. Y como Steam van Humboldt se puso nervioso cuando le robaron la última dosis de glitch que había decidido reservar al llegar a tierra segundos después de que L.C. respondiera –con manos y cara- negativamente a su oferta de consumo ilegal de droga, los indios-punks decidieron tirarlo al río y dejar que se ahogara, que flotase.


7
La leyenda de los indios-punks ha estado marcada desde el comienzo por los elementos naturales, dice la voz seca, seria y como travestida del hombre con gorra de capitán. La hoguera ilumina su cara al tiempo que descubre con cierto aire de vejez varios puntos sombreados de la misma. Hay aproximadamente treinta chavales alrededor del fuego que atienden con expresión saudadosa. Muchos de ellos tienen las piernas magulladas y el abdomen demolido. Parece una de esas escenas de boyscouts en las que se quema malvavisco y se cuentan historias imposibles, imperecederas. Fuego, Aire, Tierra y…Agua, repite así dos veces y, entre palabra y palabra, parecido a un cuentacuentos de Arabia o un presentador de programa que trata de asuntos paranormales, va lentificando la velocidad de las mismas hasta que derivan en una pausa ni demasiado larga ni demasiado corta que hace que los más pequeños asientan la cabeza con intensidad, puede que con miedo. Habla: la leyenda cuenta la historia del Fuego, de cómo fue invocado mediante el ritual de no apagar correctamente una colilla de tabaco belga, de cómo destruyó el hogar ocupado por la tribu de indios-punks, soles atrás, cuando todavía vivían en la ciudad. Dicen que las llamas consumieron todo lo que tocaron, que se posaron sobre la piel de mujeres y niños. Creedme, escuché de primera mano el testimonio de una anciana que confesó asomarse por la ventana y ver correr por la carretera a un indio-punk envuelto en llamas. Si os describiesen el olor que quedó adherido a los quioscos y farolas después del incendio no volveríais a masticar varitas rebozadas de merluza en bastantes días. El chico marroquí oye ruidos aunque, pétreo, no indaga ni atiende a susurros de hojas crujientes a su alrededor ni a ecos de chapoteos en el agua que duran menos de dos segundos: resulta inaccesible dejar de mirar al hombre con gorra de capitán. Habla: si el Fuego les arrebató su propiedad, el Aire todopoderoso condujo al pueblo-indio-punk-elegido a la Tierra Prometida. Les orientó, mis pequeños corsarios, hasta este lugar…sí  Fred, sí, aquí: el río. Cuenta la leyenda y ahora lo cuento yo, que, la misma noche en que se incendió el hogar ocupado por los indios-punks, los habitantes de esta ciudad fueron testigos de la presencia de un aire plomizo que se levantó con rencor y que estuvo aullando durante semanas. De Fuego a Aire. Leí en una ciudad-blog que el Aire les concedió lo que el Fuego quiso arrebatarles. Que siguieron su dirección como si fuese un Moisés-no-humano en el desierto de las afueras de la ciudad, hasta llegar a internarse dentro de un núcleo compuesto por maleza y aguas pantanosas, exactamente en la orilla oeste, exactamente D. Extreme, justo en la otra punta respecto a nuestra posición…somos, podría decir ahora mismo y no quiero asustaros, como la cara B de semejante tribu. Sus extraños. Sus forasteros. Sus otros. D. Extreme, un joven que devora rebanadas de nocilla cuando llega más tarde de las once y que ahora está cagado de miedo por lo que el hombre con gorra de capitán acaba de decir, cree -o piensa haber creído- escuchar ruidos en el agua. El hombre con gorra de capitán no  da muestras de nerviosismo, pero tiene fe de que lo que cuenta no es una historia inventada. Habla: dicen, y esto supongo que pertenece al género de fábulas urbanas, que la Tierra pudo alimentarles durante algunos días. Que se desconoce cómo. Unos pocos inventan chistes en donde siempre aparecen indios-punks en condiciones precarias comiendo y chupando tierra. De Aire a Tierra. Y de Tierra a Agua,  diosa que se encargó de cerrar el círculo de esta mitología: los encerró, los arrinconó, los aisló, los candó, los aprisionó, los recluyó, los puso en cuarentena. Cuatro, ni más ni menos que cuatro días después de que llegaran, diluvió de un modo tan salvaje como para hacer que subiese el nivel del agua hasta puntos inimaginables. Y ahora, como una especie de micronación sometida por fuerzas naturales, viven enclaustrados en aproximadamente treinta metros cuadrados, dentro de un tipi que fabricaron con troncos y pieles de perros famélicos. Silencio. Quiero silencio. ¿Oís?... Dicen que si oyes chapoteos…burbujas o golpes secos en el agua, tienes que ser consciente del aviso: Agua. La Reina de este sitio. La que cerró el Ciclo y quedó dueña. Última. Reina Agua.


8
Lo que acaban de presenciar el grupo de corsarios-boyscouts y el hombre con gorra de capitán es cierto. Pero no a la manera mítica que con anterioridad se narró. Esto es real. Llámalo realidad. Realismo si quieres ponerte académico. Pseudorealismo tal vez, en calidad de detractor. Titúlalo: Sci-Fi light. Circunstancias que inspiraron a los narradores de nuestras vidas. Pero eso es otra historia. Lo que aquí nos interesa es saber qué demonios ha sonado en el agua. Puede que sea un epiléptico pez acomplejado o puede que no sea nada. No me andaré con rodeos: se trata, y esto va muy en serio, de Hannibal, un indio-punk que es capaz de ahogar su cabeza rapada en el agua o cualquier líquido, vociferar bajo ella/ello y que suene casi más alto que tu propio grito si te lanzas al vacío. Pero no está con la cabeza sumergida ni debajo del agua, tranquilo. Rema en una K-1 desde millas lejanas: su hogar ocupado queda pasada la frontera. No es un héroe ni nada por el estilo. No pienses que va a rescatar a la tribu de indios-punks que aparentan ser felices en su laboratorio de tipi pero que en el fondo conspiran por salir de allí. No. Ellos están muy felices y conspirados como para que eso suceda. Lo que sí que sucede es que estamos a punto de ser testigos de un ejercicio básico –y por tanto rudimentario- de trueque. Hannibal rema millas y millas y millas una vez por semana en una mono-canoa provista de comida, sustancias de entretenimiento y ocasionalmente cualquier aparato o instrumento que le sea solicitado vía móvil. Porque Hannibal busca –inevitablemente- glitch, como todos. Un glitch artesanal de la más pura tierra y de uno de los mejores programas software de Edición Musical para Cultivo de Exterior. El trueque es sencillo. Hannibal rema y rema y rema hasta llegar a la orilla este del río y lanzarles el fardo a una distancia prudente para no ser atacado por cualquier indio-punk feliz y conspirado que quiera salir de allí a toda costa. Después grita y retumban los árboles, como aviso, como cuando timbra el cartero. Y en menos de dos minutos siempre aparecen dos miembros de la comunidad preliberada y posencadenada del río. A cambio ellos le pasan por móvil una canción semanal cocinada a base de ondas solfeggio en frecuencias diseñadas para hacer que Hannibal experimente simulaciones sensoriales cercanas a los estímulos terroríficos de una situación predeterminada por parámetros tan desgarradores como para llegar a recrear lo que sentiría un soldado en una hipotética tercera guerra mundial. Ese es el trueque: comida y enseres por droga. Hannibal nunca suele remar de noche pero esta semana ha derivado en, podría suavizarse, un picor emocional áspero, lento, rabioso y malhumorado. Esto, sumado al viaje agotador –al principio eufórico por ir de compras pero a medida que remaba algo más insoportable-, hace que ahora mismo lance el fardo con las manos vibrantes y con ríos de sudores en su cara del tamaño de los que produce, cuando llora, un obeso. Grita como un dinosaurio en celo y espera a que acudan. Esta vez son Filtro y Birra, las últimas dos incorporaciones, los novatos; pero de eso hace ya casi año y medio. Hannibal los conoce bien: tocaron juntos en un grupo de dog-core cuando bebían del vaso -medio lleno- de sus dieciséis años. Ellos fueron quiénes lo pusieron al tanto de lo que allí se cocinaba. Hannibal los conoce bien: sabe que buscan lo que buscan, esto es, la libertad de quién está encerrado. Eso y el glitch, por supuesto. Pero eso es otra historia. Hannibal sabe que en cuarenta segundos aproximadamente comprobarán que está todo para seguidamente lanzarle un pequeño chivato con cogollos de glitch. También sabe que diez minutos más tarde comenzará la transferencia de archivo musical vía móvil [1]. Pero lo que no sabe nuestro hombre es que esta noche Filtro, Birra, Winston, Roca, Billy Corsario, Guerra, el Golem y Doc. Dude tienen un nuevo invitado, estudiante de Bellas Artes y de nombre Lucio Costado.

[1] Todas las canciones empiezan siempre por la palabra Hannibal. Esta vez la pista se titula Hannibal siente una molesta pero reconfortante piedrecita dentro de su zapato.

9
Todo aquel que esté metido en la producción drogo-musical de glitch conoce los puntos de venta ilegales de esta ciudad en los que se comercia con CD’s de edición software y toda una suerte de variedad en lo que a cogollos resinosos –cuyo aroma oscila sobre una rara combinación de metal y madera- respecta. Si eres uno de esos consumidores esporádicos o nóveles o eres nuevo en la ciudad o eres turista o no sabes de qué va el asunto, puedes localizar fácilmente a los niños-rata en el Paseo Central, entre los callejones de la zona monumental y también debajo del antiguo Puente Romano. Se pueden considerar estos puntos geográficos como la base piramidal del monstruo retroalimentativo de la droga. La plebe. El populacho. La suciedad barriobajera. Si subes de escalón y te sitúas en un perímetro que delimita con lo peor y lo mejor, con lo cualitativamente exquisito y lo esencialmente repugnante, evidentemente estarás dentro del campo de operaciones de vendedores intermediarios, gente que únicamente compra la sustancia orgánica y raras veces comercia con la software. La clase media. El pilar que sustenta la pirámide. La masa. Nobles que compran grandes cantidades al por mayor y que poco a poco, a medida que se acerca el verano y va desapareciendo la oferta, encarecen el valor del producto. Aquí todo el mundo sabe que los intermediarios nunca tienen un punto fijo de residencia y que tienes que llamarles al móvil para ubicar las coordenadas de su posición. En la cúspide, rozando el vértice, quedan los productores. La realeza. El poderío. La alta cuna. Reyes feudales cuyos traseros se acomodan en los tronos de laboratorios clandestinos, de cultivos interiores asfixiantes y con luces de más de seiscientos vatios de potencia, así como ordenadores conectados por un cableado compuesto a base de plástico y raíces orgánicas. Cualquier consumidor que sepa distinguir entre un glitch de primera y uno de tercera, entre cogollos turquesas adamantinos y alfalfa seca y mustia, conoce de primera mano la ley según la cual todo sistema social queda supeditado al control de escasos representantes. No hay que ser muy espabilado para entender que, como en una especie de reparto jerárquico y platónico, son pocos los que cumplen con el papel de rey, escasos los destinados a nacer bajo el sello de productores. Esto, para el sujeto consumidor estándar, no representa otra cosa que: poco material de buena calidad disponible para el reino. Doc. Dude, el encargado de dirigir la empresa de producción artesanal de la zona del río, sabe de lo que estoy hablando. Cultiva una mierda que entra, sin discusión posible, en el top ten de los mejores platos fumables y audibles. Hace seis años que salió de la cárcel por acumular kilos y kilos en una caravana estacionada en mitad del desierto de Atacama. Estar al servicio de hombres sosegados pero incómodamente peligrosos ha hecho de Doc. Dude un tipo cuya habilidad para solucionar problemas internos dentro del grupo signifique validez y fuente de garantía de altos porcentajes de conformidad colectiva. Después de haberse rascado la patilla derecha y chupar la entrada USB de un cable que le cuelga de una de sus dos rastas, ha dictado las siguientes dos sentencias: 1) que Roca y Billy el Corsario zarparán al amanecer con el patinete acuático de dos plazas para saquear y violar todo lo que encuentren a su paso. La prescripción tácita o quintaesencia a seguir es, pase lo que pase, regresar sí o sí. El resto de la letra pequeña de la cláusula dice que tienen que volver antes de dos días, que todo lo que encuentren pertenecerá a la comunidad y que la prioridad de objetos a robar son: provisión de birra, calimocho y LSD, auriculares-electrodos y paquete de CD’s vírgenes. Pueden joder cuantas mujeres u hombres deseen. 2) que Lucio Costado, al haber asegurado que no mantenía otra relación con el individuo extranjero ejecutado que la de la mera aleatoriedad producida cuando dos sujetos X se encuentran en mitad de un camino, puede decidir entre vivir en paz y armonía y felicidad y conspiración con ellos o morir ahogado por exceso de agua en el cuerpo. Aparte de no querer compartir el destino de Steam Van Humboldt, Lucio Costado ansía recuperar el difunto cuerpo de su disco duro. No sabemos si puede en el corazón de este no-lugar, pero de hacerlo, únicamente pensaría en encontrarlo y abrazarlo contra su pecho, como una madre alucinada que desentierra el cuerpo de su hijo y lo abraza y se mancha de tierra. Este fervoroso dolor y deseo ha hecho que Lucio Costado sea aceptado como parte de la manada. Tendrá lugar un festín en el que se desatará la realización de varios rituales arquetípicos posmodernos, en el que se bailará con la mano abierta puesta encima de la cabeza y moviendo el cuerpo de a delante y hacia atrás, en el que la música, los auriculares-electrodos, las frecuencias solfeggio, el humo de los cigarros sustanciados y demás aditivos jugarán un papel crucial en la configuración de un estado extático con extra de todo en la cabeza de cada uno de los asistentes. Que precisamente dicho colocón, una vez que degenere en los primeros rayos del Sol, vendrá a ser como la carta guardada debajo de la manga de Lucio Costado, ya que entrará al tipi y verá los restos de la fiesta, la gente tirada en el suelo, algunos todavía alucinando y chupando USB y escuchando uno de los mejores temas musicales que se producirán en la historia del glitch y entonces, siendo todo esto premeditado, husmeará entre todo el equipo para ver si ha sido su nueva familia desestructurada la responsable de haber desenterrado, reparado y reutilizado el cuerpo frankesteniano de su disco duro. Lo raro de esta historia se manifestará en el momento en que un L.C. intranquilo, chasqueado tras haber movido cielo y tierra y no haber dado con lo que quería dar, decida desconectar el disco duro de la comunidad de indios-punks así como el equipo de música. Sí. Lucio Costado, como uno de esos adictos que han perdido el norte de sus decisiones más cabales, robará el disco duro   –que no es el suyo- de sus nuevos colegas y saldrá corriendo, perseguido por zombis. Cuerpos sin vida en el suelo reaccionarán como muertos vivientes a los que se les acaba de robar el último avituallamiento de comida-cerebro y perseguirán lentamente a Lucio Costado, el cual, en un ataque de histeria y desesperación, emprenderá una huida por los alrededores del campamento-tipi. Llegará a verse acorralado entre indios-punks-zombis y agua y más agua. O morir por mordiscos de mutantes o morir arrastrado por la corriente, ese será el último pensamiento de Lucio y, sin poder pensárselo siquiera una vez, meterá los pies en la orilla para cruzar el río nadando. Lo verdaderamente extraño de esta historia podrá apreciarse cuando nuestro protagonista crea que se va ahogar en un intento dubitativo por arrojarse al cauce, intento en el que experimente que el nivel del mismo únicamente cubre hasta las rodillas. ¡Putos colgados!, gritará Lucio. Los indios-zombis-punks verán a Jesucristo caminar por encima de las aguas y, parecido a un pueblo que acaba de encontrar a una especie de mesías desilusionado, le seguirán con los ojos rojos y cerrados, hundiéndose –como por una camisa de fuerza o una violación o un abrazo de Poseidón- y flotando entre espasmos, gritos y llamadas de socorro, tal y como lo hizo horas atrás el estudiante de erasmus Steam Van Humboldt. Muertos. Ahogados.            





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