21.9.12

LECCIÓN DE INSOMNIO III


Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado como si de pornografía se tratase. Paseo en calcetines, batín y calzoncillos a lo largo y ancho del pasillo que comunica todas las haitaciones de la casa y que además es de tarima flotante, de ese tipo de suelos que estratégicamente crujen cuando uno apoya el peso en las zonas cuya superficie se ha dilatado y elevado respecto al nivel del piso. Ando a oscuras por una galería de fotografías doradas [lo de doradas es por los marcos] que certifican que ahí, en algún lugar del espacio y del tiempo, existió mi pasado. Las vacaciones en Dubronik en las que mi mujer porta un bonito vestido de verano azul y en las que mis hijos aparecen como con caras de disgusto. Una instantánea de la pequeña de mis hijas disfrazada con gafas de sol, unos tirantes vaqueros y una gorra de una sucursal bancaria puesta del revés. Mi cuerpo jovial apoyado en una moto con aspecto de Harley Davidson, en blanco y negro. Una boda. Dos bautizos. Cuando a la noche le falta electricidad, recurro a mi pasado como si de pornografía se tratase. Me deslizo a ras de la tarima flotante apoyado sobre mis pulgares [pies] y recorro la totalidad del hogar que poco a poco he ido cimentando, en un esfuerzo rítmico por no mover nada, por no tocar nada que haga que tropiece y detenga estos pasos. Soy una bailarina de ballet en batín y llena de explosivos. Me gusta estamparme, en un espacio delimitado por entre la zona de los pezones y la altura del ombligo, la cinta adhesiva: a oscuras y apoyado en la encimera de la cocina. Es estético, pienso y, como si pudiese verme desde un prisma alterado de mí mismo, experimento unas ganas  terribles de pronunciar esa maldita frase. Es estético: o al menos imprimirle sonido a medio gas si gesticulo en voz baja. No quiero que mi mujer o mis hijos se despierten, no, hoy no. Agradezco el frío pero pegajoso contacto del plástico de los cartuchos en la piel de mi abdomen, advirtiéndome del poder que contienen, la tranquilidad por la que aquí me entrego, por la que aquí bailoteo a oscuras. Me siento como el padre de Laura Palmer. Apoyo la punta del pie izquierdo, flexiono la pierna derecha y hago un giro de trescientos sesenta grados. Danzo pegado a las fotografías porque sé que estoy perdiendo la cabeza. Poco a poco. Quiero paladearlo poco a poco. Como el buen vino antes de dormir. Como las buenas novelas antes de dormir. Como el buen insomnio cuando no duermes. Como las luces que se debilitan y tú las contemplas. Como los pelos que se arrancan al despegar la cinta adhesiva del cuerpo velludo. Como dar escondite a los veintiséis cartuchos de fabricación casera en un bajo fondo ignorado allá por el desván. Como introducirse sigilosamente en la cama de matrimonio que compartes por costumbre y, antes de cerrar los ojos, repetir el mantra del fracasado. Mañana será otro día. Mañana todo cambiará.



1 comentario:

  1. Este me gusta mucho, es sencillo, con ritmo, sin barroquismos ni sobrecarga de imágenes, se entiende.

    ¿por qué ya no sigues colgando cosas?

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