17.9.12

MICRO.ARTÍCULO MUSICAL DE SIMON REYNOLDS PARA EL NÚMERO 215 DE `THE WIRE'


ACERCA DE CÓMO WILLIAM BELLOCQ, EN UNA DE ESAS SITUACIONES EN LAS QUE A SIMPLE VISTA NO SUCEDE NADA REVELADOR O SIGNIFICATIVO PERO DE LAS QUE UNO LLEGA A EXTRAER DE FORMA CASÍ MÍSTICA IDEAS POTENCIALMENTE PELIGROSAS, LOGRÓ CONCEBIR EL ESQUELETO DE UN PROYECTO CONCEPTUAL QUE ACABÓ POR CONGREGAR A UN NÚMERO CONSIDERABLE DE ADEPTOS QUE SIN MÁS SALIDA, A PARTE DE EXPERIMENTAR TODA UNA SUERTE VIBRACIONAL DE SENSACIONES CONTRADICTORIAS Y NADA CONCLUYENTES, CULTIVARON LA PREGUNTA CONTAGIOSA ACERCA DE QUIÉN ERA REALMENTE WILLIAM BELLOCQ, LA PREGUNTA CASI CÍNICA QUE SE REPETÍA TODO EL MUNDO ACERCA DE SI REALMENTE EXISTÍA O NO EXISTÍA WILLIAM BELLOCQ.

Después de varios meses ya de decenas de miles de reclamaciones de todo tipo para con la figura del Postproductor Espectral -así lo llaman, en espacios repartidos entre los foros virtuales y las mesas periféricas de cafeterías poco iluminadas, los usuarios y seguidores del mismo-, hemos podido asistir a unas pocas palabras para conocer algo de su historia, de su identidad. La conversación ya se ha filtrado por casi todas las Ciudades-Portales interesadas del e-Territorio. Con exclusión de la fotografía [¿falsa?] -a lo Thomas Pynchon- extraída de la orla de graduación de la generación del noventa de la Facultad de Audiovisuales de la Universidad Invisible de Loolabaloo y la entrevista que se le realizó el pasado martes 16, poco sabemos de William Bellocq. La peculiar interviú se ejecutó a distancia, tal y como mandaba el prospecto: mediante una llamada telefónica. Una llamada telefónica en la que la voz del entrevistado se deformaría -gracias a bajadas de pitch y efectos de reverb- hasta adoptar ese tono que tantos raperos utilizan en sus producciones y del que se dice que se parece a la voz de dios o del diablo. Una llamada telefónica que, bajo instrucciones de W.B., duraría lo que dura en responderse una pregunta. Repito: el tiempo que se tarda en contestar a una sóla pregunta. La cabeza de turco responsable de partirse a sí misma a fin de establecer la quintaesencia mayeútica, esto es, la pregunta par excellence, la interrogación destinada a causar la mayor información relevante posible, corrió de la mano de la gente del sello de Neo-Mille Plateaux, único colectivo con el que el creador del Militarismo Vibracional quiso colaborar en batalla.

Neo-Mille Plateaux: Sabemos de ti lo que se supo de J.D. Salinger o de Burial, lo que se supo de Mahoma o del «caníbal de las sales de baño», al que un policía descubrió arrancando literalmente, a mordiscos, la cara de un mendigo. Sabemos que te gusta, por la confidencia de varios de tus discos, el tipo de conversaciones que la gente mantiene casi por compromiso en situaciones en las que digamos, por poner uno de tus ejemplos, se encuentran encerrados dentro de un coche y todavía quedan muchos kilómetros para llegar al punto rojo que señala el GPS. Sabemos que empezaste en el mundo del sampleo y de los mimetic remixes. Que colaboraste en un proyecto de la FOX cuyos objetivos no están a día de hoy totalmente desvelados pero en el que se sabe que hubo de por medio simios adiestrados mediante conductualismo por sonidos. Sabemos que nunca has actuado en público. Sabemos que has aparecido en muchos carteles de festivales regionales en los que ha sonado tu música y en los que nadie te ha visto. Sabemos que se ha desmentido más de una vez la validez de la imagen que colgaste de aquel chaval de aquella promoción de Audiovisuales. Sabemos que no eres tú. Sabemos que tuviste mucho que ver con el juicio de la War Vibration. Que a raíz del mismo, nadie conoce a ciencia cierta tu identidad, ya sabes, si eres uno o varios, si sigues vivo o preso, si existes o no existes. Sabemos que le pediste una colaboraxión a Thom Yorke que nunca quiso llevar a cabo. Sabemos que últimamente hay comentarios que se enlazan con más comentarios en los que se cuentan historias sorprendentes de curaciones y maldiciones en los supuestos festivales regionales en los que suena tu música pero tú no actúas. Sabemos que únicamente nos permites una pregunta. Pues bien, queremos saber acerca de tus orígenes. Queremos que nos narres el momento más in-trascendente de tu vida, lo que hizo que pensaras en ese tipo de terrorismo del que la gente susurra que practicas. Queremos que nos cuentes el por qué [¿Causa sui?] o el por qué no [¿Causa sui?] de William Bellocq, si es que realmente existe o no existe.


William Bellocq: Yo era de esa generación de chavales que habían cambiado los vaqueros por los astronautas y los astronautas por los discjockeys. De esa clase de jóvenes que dieron su tiempo de ocio a la estética punk, la ciencia ficción y los videojuegos de plataformas y extraterrestres. Recuerdo una noche el sonido del cuchillo contra la madera. A mi madre trozeando minuciosamente colores y formas de verduras mientras yo escuchaba a Carl Sagan hablar sobre el Voyager 2. Mi madre solía participar, casi por necesidad rígida, de varias actividades con una atención colosal en cuanto al reparto de porcentajes de atención. Cortar verduras + ver la tele + hablar conmigo siginificaba un equilibrio periódico del 33.3% de precisa atención sobre las mismas. Siempre fui consciente de aquella democracia receptiva. Yo era de esa clase de criaturas desprotegidas que pueden anticipar el correcto y adecuado comportamiento de sus progenitores según que situación se de, no importa cuál pero siempre, absolutamente siempre, en calidad de progenitores. Supe descifrar aquel patrón de conducta el día en que mi padre entregaba todo su empeño de padre por embelesar mi equilibrio receptivo mediante trucos ilusorios de sombras chinas. Cruzaba los dedos enfrente de un flexo y los retorcía hasta fabricar figuras que, según lo que me decía, representaban al perro Pluto. Sentí pena por él. Por aquel hombre que yo sé que intentaba conquistarme y aún así resultaba patético. Nunca fue consciente de aquello y por eso mismo siempre pude preveer, anticiparme a su comportamiento de padre modélico. Yo era de esa clase de jóvenes que sintieron ganas de llorar viendo los Simpsons al lado de sus progenitores. De los que veían en la tele a Carl Sagan hablar sobre el Voyager 1 y 2 mientras sus madres picaban verduras en tablas de madera y miraban a Carl Sagan y les daban consejos por detrás de sus nucas. Recuerdo que aquella noche, al son de los cuchillos como golpes de intermitencia, escuché por primera vez los Sonidos de la Tierra, grabaciones que un vinilo dorado portó a lo largo de su viaje por la vía láctea, encerrado en el núcleo de sondas espaciales. Recuerdo el canto de las ballenas. Sé que desde entonces hay algo dentro de esos animales que a mí me condiciona, algo que me influye y me vibra si se mete dentro de mi sangre, de mi estómago. Lo sé desde que sentí que, llámalo X, me era lanzado desde el televisor y me traspasaba. Justo en el instante en que a mi madre se le iba de las manos su democracia receptiva de 33'3 periódico y se rajaba un trocito de la piel de su dedo. Justo en el momento en que el canto de ballenas se metió tan dentro de mí que se convirtió en un pitido que hizo que el grito seco y de poca duración de mi madre no sonase sino como por debajo del agua. Justo cuando yo sólo podía escuchar ese pitido y ver la sangre y la cara cabreada de mi madre, creo que ahí supe que sería productor musical. Esa noche no dormí porque sólo podía imaginar la manera en que trocearía música con infrasonidos emitidos por ballenas, música que se convertiría en un himno basado en el influjo que causa la vibración dentro del conjunto complejo de las emociones humanas.



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