13.9.12

EXTRAÑOS II




   -No sé si eres consciente –cuestiona Ricardus Long-Island- de que William Bellocq no existe. O al menos no participa de la misma manera vital en que tú y yo hablamos y nos colocamos aquí presentes. Al lado de esta montaña de basura y bajo esta noche tan agradablemente no-húmeda, mi querido y pequeño oloroso.
   -… -contesta Axel “el pequeño Axiolítico”, y si esto es así, se debe a que, desde hace unos aproximadamente tres minutos, contempla las formas apagadas pero ligeramente tigresas del fuego mal encendido. Eso y el humo glitcháceo ascendente una vez que sale, como en una pequeña  fuga de gas, de sus gruesos labios.
   -La gente dice que William Bellocq es algo así como un anuncio publicitario. Otros lo odian porque nunca aparece en directo cuando actúa. Es divertido. ¿Cómo se actúa sino es en directo?, ¿existe realmente la actuación? La semana que viene vendrá a la ciudad. ¿Actuará?, ¿no actuará?, ¿querrá que -estoy cansado de repetirte la pregunta –corta en seco A.A.

Y la pregunta era: ¿es cierto que puedes llegar a ser tan imbécil? Axiolítico estuvo a punto de coger una de las redes con las que cazaban los apuntes que caían del cielo y estrellarla contra la cabeza de ese jodido desmañado. Odiaba sinceramente a Ricardus Long-Island cuando aparentaba estar atento y participar de forma activa en una conversación, y en realidad concentraba su atención en redactar mentalmente aforismos absurdos que luego todo el mundo repetiría en los habituales corros de conversaciones basadas en el glitch.

Axel “Axiolítico” sabía perfectamente que William Bellocq no pincharía en directo  en el club Balaclava el próximo jueves. William Bellocq no aceptaría eso. Sus sesiones eran privadas. Un cuarto amarillo, vaporosa luz como henchida de calma. Sosiego. Sosiego y soledad.

Arrojó un montón de apuntes inutilizables a la hoguera, y el fuego avivó el equilibrio de la oscuridad detrás de las tumbonas. Miró a Ricardus del mismo modo en que se miran dos ancianos mayores y le dijo:

     -Si sabes tanto acerca de William Bellocq, dime, cómo es que nadie puede memorizar ni un solo trozo de sus canciones. ¿A caso existen esas canciones?
    -William Bellocq es bueno –proclama con lentitud premeditada R.I-L, acomodándose con torpeza pero sin posturas forzadas en un sofá agujereado y húmedamente amasado por restos fósiles de cerveza templada y, sin apartar la vista de la luz tigresa y tibia, dice que W.B. es el nuevo mesías. El superhombre. La suprema redención- dicen que te cura y te limpia más que ningún producto químico de limpieza de la mejor marca posible.
   Ahora Axel no se puede contener. Coge la red en un rápido movimiento y golpea a Ricardus en toda la nuca. Ricardus no se inmuta. Sigue sonriente, observando las llamas, se mece como si su cuerpo fuera un alga en el fondo del mar.

   -No sabes nada de eso. ¿Por qué iba a curarme y no hacerme enfermar?- Axel cogió otro puñado de apuntes de la bolsa de basura que tenía a su lado y los echó un vistazo. Siempre tenía esa costumbre.
   -Escuché en el skate park que la War Vibration ha incorporado a un nuevo miembro entre sus filas. Lo llaman el Black&Decker y dicen que si escuchas uno sólo de sus temas, aunque sea durante medio compás, quedas maldito, durante minutos que parecen horas y que a su vez si las asumes como horas dan la sensación de convertirse en días, semanas tal vez, meses humildemente fabricados con tortuosas repeticiones de frases estúpidas sacadas de vete a saber dónde. Puede que incluso años de ristras de melodías absurdas y enfermizas de cabecera de programa regional de radio repitiéndose y clavándosete en los poros como una taladradora, como una auténtica Black&Decker.
   -La War Vibration… –pronunció e hizo una pausa A.A., gustando de provocar el amago significativo que insinúa acatamiento de las reglas del juego de mascaradas mistéricas y artificiales de Ricardus Long-Island-…el mundo en manos de unos pinchadiscos simiescos. La raza humana a expensas de gente que te lanza vibraciones, vibraciones como las que recibieron aquellos dos chicos que cayeron fulminados, colgando de cables atirabuzonados, ya sabes, esos míticos cascos de sonido que sirven como herramientas de juicio mediante las que comprar o no comprar el producto solicitado y que pueden ser utilizados en centros comerciales de calles comprometidas, vibraciones a las que se expusieron sin ni siquiera tener consciencia, las mismas que te contagian, te degeneran y muy sensualmente, se diga como se diga, te dependizan. Ondas en movimiento que seducen pero que enferman. Buenos y Malos. Sádicos y Sanadores. Ángeles y Vengadores. Superhéroes y Supervillanos. Me gustaría hacerles saber a todos esos DJ’s que estoy hasta las pelotas de su maldita guerra. A ellos y a los jodidos imitadores y primitivos y anarquistas gramaticomilitares. Odio en especial al padre del sin sentido realista, ese líder melenudo y adicto a la marihuana al que comparan con Kurt Cobain.

Bastante después de haber ido desapareciendo, como restos de vapor de ducha, las cada vez más apagadas sentencias del discurso de A.A., entre el calor que hubo provocado la verborrea desatendida de Ricardus y varios [bastantes] intentos por hacer funcionar el mechero, el mismo A.A. leyó superficialmente uno de los bastantes papeles que tenía en las manos. Al parecer eran apuntes de una asignatura de Lógica, de primero de Filosofía. Estaban llenos de ceros y unos. Los lanzó al fuego inmediatamente y pensó en la vibración. Casi todos los jóvenes de su edad temían estar contagiados. Desgraciados. Picores en la espalda, insomnio inducido por la sobresaturación muscular o el agotamiento inusual eran algunos de los síntomas que varias personas decían padecer. Luego empezabas a morir.

Aquello había asustado bastante a Axiolótico y había convencido a Ricardus para largarse de la ciudad, juntos, cuanto antes. Al fin y al cabo ambos habían anunciado en más de una ocasión el cansancio que ya experimentaban con la vida en dicho hábitat. Hacía un par de meses que habitaban aquella casa abandonada, plena de vacío, en especial de vacío tanto vibracional como humano. Un tipo extraño les había hablado de ella una noche en San Justo. Les dijo que él había estado allí el año anterior durante unos cuantos meses, y que nunca fue molestado por nadie. Era fantástico porque era un lugar podridamente remoto. Sí ellos querían pasar una temporada sin sobresaltos, alejados del centro y de la plaga de vibración, aquella era la mejor opción. Es como estar en ninguna parte, les aseguró aquel hombre. Ahora Axel y Ricardus Long-Island lo certificaban. Ahora, para recibirse a su nuevo hogar, utilizaban esa denominación. Ninguna Parte. A una hora en bici de los polígonos industriales, donde la ciudad empieza a tener nombre. Cruzando la vía del tren abandonada. En caminos que apuntan hacia el norte. Así llegarás a mi casa. Ninguna Parte.

  -El anterior inquilino de Ninguna Parte me dijo que hay quién piensa, incluido él mismo, que William Bellocq no es uno sino varios. Yo le dije que lo más probable es que la identidad de W.B. respondiese a aquel tipo al que metieron en la cárcel, el hombre mudo, el puto Fred Korok. Roberto Gueroa, antes de marcharse, en el último apretón de manos, porque hubo más de un intento, recalcó que mucha gente piensa que sigue vivo y que es uno. Que sigue por ahí, rodeado de extraños como nosotros y oculto, oculto como nosotros, en Ninguna Parte.



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