Que no colaras las naranjas cuando las exprimías y que seguidamente te sentaras para abrir tu Facebook es algo que no compartía pero que contemplaba cada mañana con la misma seriedad con la que un vigilante de noche finge si rodea, repetida y mecánicamente, un edificio cualquiera. Que la pulpa del zumo se convirtiera en un bigote brillante y luego se secara poco a poco escondía algo para lo que nunca tuve adjetivos. Que todas esas madrugadas en las que desaparecía y pintaba círculos rojos con pintura fresca causaran en nosotros la disolución y consumo de nosotros, es algo que pese a toda mi parafernalia, nunca podré negar. Que coloreara círculos rojos tanto en carreteras como en los patios traseros de centros sociales fue cosa de Desdén Spinoza y, pese a mis torpes excusas e historias increíbles, es algo que aún no comprendes, algo que ni siquiera llegaste, ni pese a los folios desparramados que nunca ojeaste por curiosidad y con los que amanecía casi todos los días en el cuarto amarillo, a sospechar. Que te quedaras dormida viendo la tele era un artefacto emocional que casi cubría por completo, con una extraña sensación de autoconsciencia que no llega a ser del todo autoconsciencia, las paredes amarillas del salón. Que yo te contemplase acababa siendo un juego de sombras y luces tartamudas. Que yo jamás te quitaba ojo; que puedes no creerme; que es justo. Que las bibliotecas se llenaron de jóvenes manchados con infecciones y heridas a causa de la vibración sonora y los efectos fisiológicos del glitch. Que tú fuiste una más. Que yo fui uno mas. Que vi cómo enfermabas. Que viste como enfermaba. Que te curaste. Que me curé. Que volviste a enfermar. Que volví a enfermar. Que, y puede que suene arriesgado, definitivamente nos curamos. Que a veces, cuando camino por los poros agrietados de esta planicie cuyos olores parecen guardar el equilibrio nauseabundo de un hábitat natural construido a base de ceniza de deshechos químicos, dudo y pienso que tal vez no. Que tal vez nunca enfermamos. Que tal vez y por ende, nunca llegamos a sanar por dentro.
11.9.12
PISTA DE AUDIO Nº 41; GRABADORA SAMSUNG DE ROBERTO GUEROA
Que no colaras las naranjas cuando las exprimías y que seguidamente te sentaras para abrir tu Facebook es algo que no compartía pero que contemplaba cada mañana con la misma seriedad con la que un vigilante de noche finge si rodea, repetida y mecánicamente, un edificio cualquiera. Que la pulpa del zumo se convirtiera en un bigote brillante y luego se secara poco a poco escondía algo para lo que nunca tuve adjetivos. Que todas esas madrugadas en las que desaparecía y pintaba círculos rojos con pintura fresca causaran en nosotros la disolución y consumo de nosotros, es algo que pese a toda mi parafernalia, nunca podré negar. Que coloreara círculos rojos tanto en carreteras como en los patios traseros de centros sociales fue cosa de Desdén Spinoza y, pese a mis torpes excusas e historias increíbles, es algo que aún no comprendes, algo que ni siquiera llegaste, ni pese a los folios desparramados que nunca ojeaste por curiosidad y con los que amanecía casi todos los días en el cuarto amarillo, a sospechar. Que te quedaras dormida viendo la tele era un artefacto emocional que casi cubría por completo, con una extraña sensación de autoconsciencia que no llega a ser del todo autoconsciencia, las paredes amarillas del salón. Que yo te contemplase acababa siendo un juego de sombras y luces tartamudas. Que yo jamás te quitaba ojo; que puedes no creerme; que es justo. Que las bibliotecas se llenaron de jóvenes manchados con infecciones y heridas a causa de la vibración sonora y los efectos fisiológicos del glitch. Que tú fuiste una más. Que yo fui uno mas. Que vi cómo enfermabas. Que viste como enfermaba. Que te curaste. Que me curé. Que volviste a enfermar. Que volví a enfermar. Que, y puede que suene arriesgado, definitivamente nos curamos. Que a veces, cuando camino por los poros agrietados de esta planicie cuyos olores parecen guardar el equilibrio nauseabundo de un hábitat natural construido a base de ceniza de deshechos químicos, dudo y pienso que tal vez no. Que tal vez nunca enfermamos. Que tal vez y por ende, nunca llegamos a sanar por dentro.
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