Lecciones de insomnio:
Permanecí quieto en la sombra pese a ser un farsante. Buscaba
el reconocimiento público encerrado en
mi cuarto. Poca gente golpeaba la puerta:
a decir verdad el único que lo hacía era mi compañero de piso, Ricardus Long Island. Me hablaba de la
consciencia fragmentada y de mundos ininteligibles. Mi perro aulló las noches del
23 y 27. Mientras tanto yo estuve buscando el reconocimiento público encerrado en mi cuarto.
Buscaba, no sé si debería decirlo así, los días que almacené de mí mismo. Me
buscaba a mí mismo. Sin predicados trascendentales o metafísicos. Puramente
buscaba la pura superficie. Vagos datos de mi persona. Fotos etiquetadas en
espacios privados de gente que nunca conocí. Frases que tecleé para ningún
destinatario y que aparecieron sobre murales localizados en la otra parte del
mundo. Vídeos que colgaba al azar debido a mi pésima memoria sonora y visual.
Cosas que arrojé por la red y que al recuperar hicieron de mí un extraño: no
era capaz de reconocerme. Parecía, a medida que avanzaba en la autobúsqueda,
como si estuviese reconstruyendo la identidad de una persona a la que uno no se
parece y, pese a todo lo que pueda argumentar para demostrar la evidencia, le siguen
insistiendo que ése es él. Buscaba el reconocimiento del público para saber si
ése era o no era yo. En definitiva, y puede que esta sea la forma adecuada,
buscaba un pasado inmediato de mí mismo, un recopilar acontecimientos que en sí
carecían de sustancialidad alguna pero que, vistos desde el prisma impersonal con el que una mirada anónima atiende dirección la pantalla, me equipaban con la objetividad
necesaria para poder verme desde fuera. Sí, soy un farsante. Pero un farsante
también puede verse –no es cuestión de alteridad- desde lejos y hasta la
nuca. A eso me dedicaba: a recorrer las carreteras de un mapa que trazaba casi
de continuo. La cartografía de mi posible persona desperdigada por bosques de
URL. Puedo decir, y es algo que no hago cuando me preguntan por mi estancia en
la Universidad, que tantas horas y horas de búsqueda hicieron de mi vida un
viaje a través de las imágenes, de las palabras, de los lugares que se dan
tanto en extrarradios físicos como virtuales… La puerta de mi cuarto siguió sin
golpearse durante días -semanas, tal vez meses- y creo recordar que Musgo
volvió a aullar las noches del 28 y 29. Peregriné por océanos-buscadores que me
arrojaron, sin saber muy bien cómo ya que las palabras que escribía siempre
empezaban por farsante, a las orillas de blogs en los que hube dejado
comentarios sin aparente sentido. Me presté a toda una suerte de principio de
aleatoriedad. Ya no enlazaba mis huellas pista por pista. Abandoné la revisión
de correos no enviados que hube redactado un mes de junio en circunstancias
colindantes al insomnio. Dejé que la línea causal quebrara en pos de
encontrarme bajo circunstancias nunca imaginadas, tal vez reveladoras. Perseguía
recuperar, reestructurar ese amanecer interminable de junio que ya no recuerdo.
No lo conseguí. Lo que sí conseguí fueron historias de esas que uno duda varios
días si creerse. Píxeles grabados a cuchillo en mi memoria. Subtramas dentro de
esta trama que llegó a abarcar planas e inconmensurables regiones. Una noche
desembarqué en una ciudad-portal llamada Chat Roulette. Era una web cuyo
funcionamiento se regía por el principio que nombré líneas arriba: los
usuarios, conectados a stadycams, se
encontraban cara a cara bajo el secreto de la incertidumbre, sin saber quien
sería el siguiente en salir del otro lado del monitor. De Iraq a Noruega. De
Georgia a Canadá. De Perú a Israel. Una ruleta de rostros televisivos. La
dimensión social del tedio generando realidades de sexo y demencia en unos
límites que causarían el tambaleo de más de un paradigma. Dos polacos y un hindú me
avisaron acerca de un hombre que fotografiaba todo lo que se iba encontrando a
su paso por semejantes tierras. Desde niños pequeños a genitales bamboleándose.
Pasabas de canal y ahí estaba. Preparado para congelar un trozo de ti en menos
de un parpadeo. Lo vi. Juro por mi más sagrada farsantería que lo vi. Pensé que,
como en uno de esos rodeos en los que terminas donde empezaste, me había
encontrado. Por fin, sobre la superficie, me había encontrado a mí mismo. Pero
no, supongo que ése no era yo. Aquella misma noche el azar jugó con la
tecnología para que una mujer apareciese en mi pantalla. Una chica con ojeras
de glitch. No sé porque pero creo que no podré olvidarla. Quise congelar un
trozo de ella y adjuntarla a mi mapa. Que fuese parte de mi identidad reciclada,
de mi recorrido de farsante. Fui a por la cámara y seguidamente disparé contra
sus ojos.
Leo este texto al tiempo que escucho a Burial y pienso: estos sonidos son el eco de estas palabras...
ResponderEliminarRecuerda que todavía tienes que matar al rap
ResponderEliminarPRÓXIMAMENTE: La historia acerca de cómo el rap me mordió la mandíbula -no sé si me mató o no.
EliminarPD: TENGO GANAS DE VERTE, JIMMY.
"Primero. Cuando tengas algo que decir, dilo; cuando no, también. Escribe siempre. Procura no ser nada lineal ni lógico en lo que escribes, pero sólo en tus primeros libros. No ser lineal ni lógico será la mejor fórmula para ir descubriendo sobre qué quieres escribir y si quieres escribir algo" (Enrique Vila-Matas)
ResponderEliminarhttp://mariocrespo.blogspot.com.es/2012/04/e-mails-para-roland-emmerich-de-sergi.html
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ResponderEliminarSaludos desde la bruma cántabra Pablo.